Imaginen por un momento,que hubiera una rebelión de los objetos cotidianos, imaginen que al toque de una trompeta celestial los frigoríficos calentaran la comida, las escobas llenaran todo de polvo, saliera sangre por los grifos y agua de los armarios. Algo así como lo que ocurría en una excelente película de Buñuel, cuando todos los electrodomésticos de la casa se confabulaban contra su propietario hasta extremos suicidas.

Una vez imaginada la catástrofe,lo sensato es reflexionar sobre el grado de dependencia que mantenemos los seres humanos con todo tipo de cachivaches. Un amigo mío,José María Gorordo ex-alcalde de Bilbao que en la actualidad vive solo,me comentaba el otro día, que una de las peores experiencias de su vida la tuvo aquella jornada infernal en la que el secador de pelo le estalló entre las manos,la cisterna del inodoro comenzó a expulsar agua incontenible,la sartén se le quemó entre pavorosas llamaradas. el teléfono se negó a trasmitir voces y encima el timbre de la puerta, que era lo único que funcionaba aceptablemente, anunció la presencia en el descansillo de los Testigos de Jehová.

Mi amigo nunca había pensado en el suicidio, pero aquel día lo hizo.

Ignoro como se las arreglaban nuestros antepasados sin tanto artilugio y soy consciente de que otros inconvenientes acechaban sus vidas,pero a veces los envidio. Cuando alguno de los chismes se rebela, creo advertir el preludio de la revolución mundial que esclavizará a los seres humanos bajo el gobierno implacable de los objetos.Solo queda vigilarles con atención y mantenerlos a raya haciéndoles saber en todo momento quien manda.Aunque estemos seguros de que, al darnos la vuelta,nos dedicarán un soberano corte de mangas.