XAx medida que me hago viejo como persona, no sé si también como poeta, me reafirmo en la idea que, sobre la poesía, he tenido siempre. Creo que la poesía es un sentimiento misterioso. Quizás, mejor, un misterio sentido. Y en el equilibrio de estos dos factores está el quid. Es el sentimiento quien pudiera darle el calificativo con la que queramos aderezarla: social, política, lírica, amorosa... Pero es el misterio, esa posibilidad de las palabras de ser libres, el que le da marchamo de calidad. Creo que, en la poesía, el sentimiento sin misterio conduce a una poesía mala, al ripio, a algo tan inconsistente y ridículo como un sentimiento rimado. Y el misterio sin sentimiento a una poesía estéril, quizás a un bello producto de laboratorio, incluso a algo que, no sé lo que será, pero no poesía. Quizás un espécimen para mantener en formol. Pero es que, perogrullo dixit , la poesía es una creación humana y, como tal, sujeta a la historia, a la evolución, a los cambios, a la inevitable contingencia de la vida, a su limitación temporal. Incluso, apurando, al día tras día, a amaneceres y atardeceres, repetidos o no. Además, a días tan concretos y tan dispares como los que, al unísono, sientan poeta y lector. O sea, que la poesía está también sujeta a la evolución de la sensibilidad y las sensibilidades de todos y cada uno, a lo largo de la historia y de sus historias.

Y esto me lleva a decir que la poesía es también comunicación. No entiendo poesía sin lector, porque no entiendo el arte por el arte. Creo que la esencia de toda obra artística está en el comunicar, no sé qué, pero algo. No sé si sensibilidad o esfuerzo o sentimientos o miserias. Producir en el otro una reacción, incluso de desprecio. El sol, el agua, nada serían sin la grandeza que tienen de generar vida. De no ser así, ahí seguiría el sol alumbrando la nada y el agua mojando el vacío. Así una poesía que se quede encerrada en sí misma. Bien está el hermetismo para las cajas de seguridad y lo críptico para los jeroglíficos egipcios, pero no para la poesía como yo creo entenderla. Y también la poesía es una manera de decir, de sentir. Una forma peculiar de sentir la vida y de decirla. Una manera, si se quiere, con límites difusos, inconcretos dado el reino de libertad en que se mueve, pero absolutamente alerta a lo que se sale de ellos. Y tan libre es este mundo, y tan difuso, que hasta el silencio se hace palabra en él y hasta las mismas palabras, a veces, son sólo silencio. Siendo una manera de interpretar la realidad, la interior también, en un proceso de ida y vuelta o mejor, si se me permite la carambola, de vuelta e ida, resulta evidente la carga ideológica que, inevitablemente, lleva desde el mismo momento de la creación e, incluso antes, cuando sólo es proyecto; e incluso antes todavía, cuando no es nada.

Si el autor no es un anacoreta y vive en sociedad, no puede impedir que los problemas y las vicisitudes que esa sociedad sufre o goza, le influyan como persona. A pesar de que se confiese como un ente apolítico, idiotez cada vez más repetida entre determinados puristas por la contradicción intrínseca que acarrea ya que, en sí misma, es un posicionamiento político. Y tampoco puede evitar el autor que la ideología, esa superestructura intangible que sobrevuela por encima de él, esté ejerciendo su influencia sin que él mismo lo sepa.

Entonces, qué puñetas es la poesía: un misterio compartido; un sentimiento comunicado; un pensamiento sentido; una manera de comunicar lo sentido; una forma de interiorizar al otro y a lo otro y devolverlo; unas veces vómito, otras manantial; destellos de oscuridad... Quizás todo esto a la vez y muchas cosas más que se me escapan. Tal vez, una manera de acercarse a lo que quieres; de ver, desde distinta perspectiva, lo que te ocupa o preocupa; de acortar caminos o, mejor, de abrir caminos nuevos para llegar. A veces como un dardo; otras, haciendo un largo rodeo hacia el corazón o hacia la cabeza, quizás una forma de eliminar la distancia que pueda haber entre las neuronas y la sangre. Una sinrazón razonable, un gozo doloroso que puede llevarte al suicidio para librarte de él; hundirte y levantarte; destrozarte y hacerte de nuevo; olvidarte al tiempo que se acuesta contigo; odiarte mientras te besa; dejarte ciego y, después, darte sus ojos para que veas lo que hubieras podido ver de haberlos tenido. Y, a pesar de todo, de contradicciones y sincronías, seguirá siendo la misma y otra.

Como decía al principio, a medida que me hago viejo como persona, no sé si también como poeta, me reafirmo en la idea que, sobre la poesía, he tenido siempre. O quizás no.

*Escritor