Hace pocos años se fundó la Asociación de Profesores de Francés en Extremadura (Apfex), que hasta el momento se ha mostrado muy activa, organizando olimpiadas de francés o, el año pasado, un festival de teatro en la lengua de Molière, protagonizado por estudiantes de primaria y secundaria, en el Complejo San Francisco de Cáceres.

Aunque en nuestra región se esté impulsando, por motivos geográficos, la enseñanza del portugués, sería una pena que esto se hiciera en detrimento del francés. Si viene bien hablar la lengua del país vecino, lo cierto es que el portugués no puede compararse con el francés en cuanto a peso en el mundo e historia cultural, con todos mis respetos para la literatura portuguesa, empezando por Pessoa y terminando por Saramago o Lobo Antunes. Aunque en realidad, en Extremadura como en el resto de España, el enemigo del francés no es el portugués, sino el inglés. Desde hace años los españoles estamos como tontos con la enseñanza del inglés y nos fustigamos por el mal nivel de nuestros alumnos en esa lengua, cuando en francés son de los mejores de Europa.

El español que aprende francés, como el francés que aprende español, ve abrirse ante sí el inmenso horizonte de una cultura a la vez cercana y muy distinta, y si para Víctor Hugo, Malraux o Camus la experiencia de España fue decisiva, también lo ha sido la de Francia para muchos españoles, aunque hoy cada vez menos. Por ello es meritorio el escritor que, como hicieran Juan Larrea o Jacinto-Luis Guereña, mantiene el francés y el castellano como lenguas de escritura.

Es el caso de Miguel Ángel Real que, nacido en Valladolid en 1965, con veinticinco años emigró a Francia, siendo hoy catedrático de lengua española en la ciudad de Quimper, en Bretaña. Desde ahí se ha convertido en un puente entre ambas literaturas, traduciendo al francés a poetas tan distintos, en edad o estilo, como Luis Alberto de Cuenca o Raúl Quinto, y al castellano a poetas como Vincent Calveto Angèle Casanova, al tiempo que iba escribiendo sus propios poemas.

Si el año pasado Real publicó en francés su poemario Comme un dé rond, pocos meses antes había publicado Zoologías, en las Ediciones en Huida, de Segovia. A partir de la contemplación de ciertos animales, enuncia en poemas breves, cercanos a la forma oriental del haiku, reflexiones sobre la vida. Así, el camuflaje del camaleón nos trae a la conciencia la manera en que borramos nuestras huellas o tantos gestos que hacemos de manera automática; las tortugas transmiten una calma noble que al poeta «recuerdan / a un escribano que conocí en otra vida. / Sus gestos esmerados eran tiempo / e iluminaba el mundo con los callos de sus dedos». El tesón oculto de las termitas es comparado con el de ciertas pesadillas recurrentes, y los zopilotes, esa especie de buitre negro americano, es comparado con otras alimañas más humanas que también gustan de arrancar los ojos. El camello es nombrado «el mejor animal de compañía» por su experiencia vital de haber «conocido / los más vastos desiertos». Algo tan aparentemente repugnante como una babosa que, aunque haya sido destripada, sigue «su camino / dejando su brillante rastro» le hace «seguir creyendo / en seres fabulosos / e inmortales» o algo tan corriente como «la inconstancia de las moscas», el poeta reconoce que «me viene bien / para explicarte mis ganas de cambiar de aires / pero encontrando de algún modo / el camino de vuelta».

Tan modestos como parecen estos poemas, hay en ellos, como dijo Régis Nivelle de sus poemas en francés en Comme un dé rond, una rebeldía y una llamada a «hacer nacer otra manera de estar en el mundo», cuestionando las apariencias y las adscripciones territoriales, las etiquetas de francés, español, bretón, extremeño o castellano.

*Escritor.