Dramaturgo

Creo que la incomprensión es el alma de la poesía. Un poeta al que se le comprende (tanto por extensión como por profundidad) es un poeta fácil y algo superficial, vamos que es un ripioso. El alma del poeta se asoma en letras y espacios vacíos cuando la incomprensión la inunda. Surgen así los versos que al llegar al lector multiplicarán las posibilidades de ser interpretados según el estado de ánimo del receptor. El poeta goza de una sensibilidad que muchos de los mortales no tenemos. Por eso es difícil comprender que alguno (Alvaro Valverde, por ejemplo) se sienta herido cuando el puñal es el verbo y la palabra no se hace carne sino hielo despechado, puñal de hielo al fin y al cabo que no deja huellas tras hendirse. Supongo que en el nuevo Un, dos, tres habrá sitio para los poetas, máxime cuando nuestro presidente Aznar es lector ávido de poemas. Y lo supongo porque hay que hacer algo para desterrar este analfabetismo insensible que nos está volviendo acorchados y melones.

Mi amigo Manolo Ramos, poeta de Santa Amalia, fue un día a una sucursal bancaria de La Serena a pedir dinero para hacer una antología poética del siglo XIX y no le pusieron pegas, sólo una condición, que los poetas, veintitantos, que figuraban en su relación, Carolina Coronado incluida, abrieran una cuenta bancaria en la sucursal. Es evidente que a pesar de los esfuerzos de Manolo, muchos de ellos, sobre todo los más clásicos, no pudieron abrir esas cuentas; los otros, los menos clásicos, tampoco.

No desentona que en el Un, dos, tres , junto al apartamento en Oropesa, se cuidara lo de las lecturas poéticas. Aznar paseaba por allí con un libro en las manos. Tomemos ejemplo.