En política pasa como cuando uno se mete en un bosque, que hay que salirse de él para ver los árboles. Si no se hace de esta manera, ocurre que no se analizan bien las cosas y se opta por repetir los argumentos de una y otra parte sin entrar en el fondo de la cuestión. Hago esta reflexión a tenor de las declaraciones del presidente Fernández Vara del pasado miércoles y la polémica generada cuando se refirió al lento proceso la vacunación contra el covid en Extremadura, en concreto en sus primeros días de arranque, allá por finales de diciembre. Porque hay opiniones para todos los gustos, a favor y en contra, interesadas y hasta ridículas. Por haber hay hasta valoraciones sobre la trayectoria política y personal del propio presidente Vara como si se tratara de eso, cuando de lo que se trata es determinar si esas declaraciones fueron o no acertadas.

Pues bien, si nos ceñimos a lo dicho y expresado por el presidente extremeño solo cabe decir que, cuanto menos, fue desacertado. No debería haber generado dudas sobre esta vacuna y sus efectos secundarios, la cual viene avalada por la Agencia Europea del Medicamento y los distintos organismos internacionales. El propio Vara se dio cuenta del error de sus palabras cuando empezó la lluvia de comentarios y críticas feroces no solo en el lodazal de las redes sociales, sino en los distintos medios de comunicación. Pero en vez de rectificar y pedir disculpas por no haber acertado o haberse expresado mal (cada vez la ciudadanía valora más que un político diga lo siento, me equivoqué), lanzó un alegato en la red social de Twitter señalando que confesaba de haber «pecado de prudencia», lo cual de algún modo venía a enfatizar aún más sus argumentos del día anterior. Pareció un sostemella y no enmendalla que levantó nuevas críticas y dio alas a la oposición, deseosa como está de sacar tajada de cualquier cosa.

Fernández Vara ha dicho y enfatizado varias veces que nunca ha tenido dudas sobre la eficacia de las vacunas. Pues debería haberlo dejado ahí. Pero afirmar en pleno proceso de vacunación de nuestros mayores que «se ha ido con prudencia» porque no se tenía experiencia ni conocimiento previo y, desde el «rigor» se ha entendido que era «bueno» esperar en los primeros días «hasta ver los efectos, bien en forma de reacción adversa o de efectos colaterales», es inoportuno . Y más aún añadir que «esta vacuna se ha aprobado en un tiempo excepcionalmente corto y es necesario mantener la prudencia». Y todo ello para justificar lo obvio, que el ritmo de vacunación ha sido lento, sobre todo al principio, como demuestran los porcentajes de dosis inyectadas y su comparativa con otras comunidades autónomas.

Entiendo la desesperación de un gobierno al que, de pronto, se le disparan las cifras de contagios, debe cerrarlo todo y ve pasar la manifestación de protesta del pequeño comercio y la hostelería por su puerta. Comprendo que no es plato de gusto elegir entre sanidad y economía sabiendo que se pueden ir a la ruina decenas de familias mientras, encima, se llenan los hospitales y las ucis de enfermos de covid. Soy consciente de que la denominada ‘fatiga pandémica’ no solo afecta a la ciudadanía, sino también a los gobiernos, hartos como están de tanta curva y tanta ola que viene y va. Pero habrá que aplicar cabeza y también parte de tesón, porque cuando todo está perdido, cuando la situación es más que mala, al menos que quienes lleven el timón sepan lo que hay que hacer, y que cuando se equivoquen por los nervios, por la coyuntura, porque son humanos, reconozcan su error pidiendo disculpas sin rodeos ni remilgos. Es normal y todo el mundo lo va a entender porque nadie sabe a ciencia cierta cómo dominar este maldito virus para el que no existe manual. Que al menos lo que se está diciendo, evitar los contactos estrechos y vacunarse lo antes posible, siga valiendo para salir de este túnel oscuro en que andamos metidos hace ya demasiado tiempo.