El nacimiento en el hospital sevillano Virgen del Rocío del primer niño concebido para intentar curar a su hermano de una enfermedad que irremediablemente le llevaría a la muerte antes de que cumpliera 35 años, ha sido motivo de orgullo y satisfacción científica, pero a la vez ha vuelto a avivar la polémica sobre la selección de embriones y a levantar críticas entre la jerarquía de la Iglesia católica y de grupos pro-vida. Y es que el pequeño Javier, al que se le conoce ya como ´el bebé medicamento´, ha venido al mundo después de que los médicos seleccionaran embriones libres del gen que a su hermano le ha provocado una anemia congénita severa que afecta al corazón, y que también la padecería el propio Javier de no ser que los embriones hubieran sido seleccionados.

La Iglesia y los grupos pro-vida entienden que el procedimiento es denigrante porque Javier "ha sido seleccionado como ganado". Es una posición radical que resulta difícil de compartir. Incluso desde el propio punto de vista católico, que considera que cada ser humano es hijo de Dios. Otorgar la misma naturaleza a un embrión que a un niño abocado a una muerte segura es perder el sentido de la realidad y descalificar el esfuerzo científico por salvar a ese niño con un argumento tan riguroso como falaz, como es el de sacralizar un embrión frente a una vida que se desarrolla fuera del útero materno, no hace más que distanciar la ortodoxia católica de la sensibilidad del conjunto de los ciudadanos.