La política como espectáculo. De eso se trata. Como no hay un Gobierno estable (van cuatro elecciones generales en cuatro años), el ciudadano está obligado a hacer de la necesidad una virtud. A falta de políticas, hemos de conformarnos con políticos. Ya se encargan ellos de dar el espectáculo. Y así las cosas, mientras los nubarrones económicos se acercan, la violencia en las calles de Barcelona se redobla y los pactos de Estado brillan por su ausencia, siempre nos quedarán los memes y los chascarrillos en Facebook y Twitter, los adoquines de Albert Rivera, la cobra de Aitor Esteban a Iván Espinosa o las pifias de Pablo Iglesias, quien confunde los «lácteos gallegos» con los «laicos gallegos» y «manadas» con «mamadas» (sic). Ningún candidato, ningún portavoz de los partidos va a dejar escapar la oportunidad de regalarnos sus destellos de «inteligencia», para mofa o escarnio en las redes sociales.

El propio Iglesias se quejaba al principio de su intervención, el pasado lunes, de que solo hubiera un debate, y pedía que en el futuro fuera obligatorio hacer varios. Tiene razón. Podrían hacer uno a la semana, durante todo el año. Y convocar elecciones cada dos meses. Así los políticos del espectáculo podrían competir con el fútbol. Deberían organizar campeonatos equivalentes a la Liga y la Champions. De esta forma nos tendrían ocupados, entretenidos, adocenados (si no lo estamos ya) y olvidaríamos que nuestros dirigentes viven de los impuestos que pagamos con nuestro sacrificio, y que están ahí para solucionar los problemas más acuciantes, no para crearlos.

Cuatro elecciones en cuatro años, y, teniendo en cuenta que sigue el bloqueo, se perfilan en el horizonte unas quintas elecciones.

Hace falta un calendario de elecciones y de debates. Lo colgaría en la puerta de la cocina, junto al de la Liga, no fuera que un día tonto me despistara y se me olvidara ir a votar.

*Escritor.