Escritor

Proviene de una sátira del latino Juvenal la célebre expresión panem et circenses (pan y circo, pan y espectáculos circenses), amarga y despreciativa, ya que, según el poeta, el poder halagaba así la bajeza del gusto popular para mantenerlo entretenido, diríamos hoy, y ajeno a la política. En la España anterior a la guerra civil, algunos --Ramón Pérez de Ayala entre ellos-- podían traducir la frase como "pan y toros". Ya en el franquismo, el fútbol sustituyó clarísimamente a los toros. Es decir, el fútbol (espectáculo popular por antonomasia, espacio no sé si hoy litigado con el degradado "mundo del corazón") se entendía como un evento apolítico y utilizado además para distraer a la gente de la siempre más onerosa política. Teniendo pan y fútbol, ¿qué más se puede pedir? Pimentón de chismes y gacetillas de baja cama, creo que podríamos agregar ahora... Como sea y con la llegada de la democracia --y cumplimos en este tiempo, en esta etapa, 25 años de democracia efectiva--, el deseable apoliticismo del fútbol no debiera estar relacionado con la ignorancia popular (ignorancia contra la que se trabaja mucho menos de lo deseable) sino con el hecho de que el fútbol es un juego, un divertimento. Naturalmente, como los mitos, el fútbol --un partido de fútbol-- admite muchas lecturas, pero no hace explícita ninguna. Todos sabemos que un partido Madrid-Barcelona dirime (en un juego, en un deporte) mucho más de lo que aparentemente dirime, pero es el espectador y no los jugadores ni los clubs quien pone ese añadido semántico a la rivalidad.

El Real Madrid cargó durante el franquismo, con razón, con ser el equipo que identificaba a una España única (no plural) mejor y más que la selección nacional. El Madrid --aunque ya lo niegue, lógicamente-- arrastra todavía secuelas de ese pasado centralista.

Algunos aficionados acuden a los partidos del Madrid con banderas españolas, bien que ahora --al menos-- son constitucionales. Y eso que Santiago Bernabéu --el creador del Madrid como hoy se ve-- era de Almansa y de apellido catalán... Claro que José María Aznar declara ser del Madrid (para disgusto de los madridistas de izquierda, que los hay) y entonces José Luis Rodríguez Zapatero, que no parece demasiado aficionado a ese deporte, tiene que declararse del Bar§a para cumplir cabalmente la oposición. De igual modo, el Barcelona de Joan Laporta parece haber entrado en una senda politizada poco recomendable para el fútbol. ¿Encarna el Barcelona el catalanismo puro y casi excluyente, incluso con sesgos independentistas y prorrepublicanos? La visita de Laporta, en agosto, a la universidad estival de Esquerra Republicana está lejos --para mí-- de ser un acierto. ¿Es menos catalán Pasqual Maragall que Artur Mas? Mal camino éste para el deporte.

El fútbol es un juego que cargamos de significados y aun de iras o plácemes que quedan muy lejos de ser estrictamente futbolísticos, pero esto debe ocurrir (ocurre ya) intrínsecamente, o sea, entre los espectadores, jamás extrínsecamente, o sea, entre los jugadores y las directivas de los clubs. Ronaldo y Kluivert, Puyol y Raúl tendrán sus ideas políticas --por supuesto--, pero en tanto que futbolistas en activo es mejor, mucho mejor, que no las digan. ¿Se imaginan a Roberto Carlos corrigiendo a José Luis Rodríguez Zapatero? ¿O a Cocu diciendo que no le interesa la política de CiU?

Si nuestra plural vida política (afortunadamente plural) tiende a ser complicada, la irrupción en ella del fútbol la convertiría, acaso, en telebasura. Y eso que para otros, en ocasiones, lo es ya... Yo puedo sospechar a quién vota Joan Laporta (creo que a CiU) y puedo sospechar a quién vota Florentino Pérez (creo que al PP), pero ellos deben dejarme siempre con mi sospecha a cuestas. No deben politizar explícitamente el fútbol. Tengo para mí que si se abriera la brecha, no sólo habría otro problema policial en los campos, sino que asistiríamos a un tropezón más de la política, matando a un juego --además-- que parece la gallina de los huevos de oro.