Nadar a contracorriente genera siempre recelos y hasta ninguneos en los medios de comunicación, mucho más si te internas por sendas escabrosas como es hablar del nacionalismo. No obstante, nunca he renunciado a ejercer mi derecho a la libre expresión --mal que les pese a algunos-- y en esta ocasión no será diferente.

El nacionalismo es un problema que arrastramos en España hace ya dos siglos y parece enquistado. Al proclamarse en 1931 la II República Azaña, el gran intelectual y político, hablaba de cuatro problemas de la España de entonces: la Iglesia católica integrista, el Ejército cuartelero, el nacionalismo aldeano y la miseria y falta de instrucción en la que se sumía el pueblo español, siendo éste último el más preocupante. De los cuatro, sólo el nacionalismo persiste tras 80 años en su visión aldeana.

Algunos dirán enseguida que la Iglesia sigue siendo un problema. El tic anticlerical se mantiene en la sociedad española con ímpetu notable (el propio Azaña decía: los españoles siempre van detrás de los curas o con velas o con palos), aunque en los últimos tiempos sirve como recurso para concitar rechazo y hacer olvidar otros errores de los que agitan el espantajo. Por mucho que sean de otra época --precisamente porque lo son-- los obispos no representan peligro alguno en España.

XPERO LOSx nacionalistas sí y, sin embargo, existe en los medios políticamente correctos un empecinamiento en presentarlos como lo que no son. En este diario tuvimos cumplida información de otro intento de acercar sensibilidades --producido estos días en Extremadura-- y todos los intentos son loables y bienvenidos, pero no resuelven la esencia del asunto. Mi visión, que conturbará a más de uno, quizá sea molesta pero a la vez contribuya a la adecuada percepción del problema:

1.--Cataluña nunca estará satisfecha dentro de España, porque el problema no está en cuánto da o recibe, sino en el deseo de administrarse a sí misma que desborda el marco constitucional. Porque el origen del nacionalismo catalán en el siglo XIX, que busca su propio horizonte político, deriva del fracaso del sistema liberal español.

2.--Aunque algunos pretendan --no sé si ingenuos o interesados-- colar la expresión medieval que equivale a lugar de nacimiento, Cataluña se siente una nación en el sentido moderno del término, que es muy distinto al medieval. Pero a la vez que se siente nación necesita un mercado, es decir no es nada sin el resto de España.

3.--Cada vez que Cataluña reclama más capacidad de organización propia el resto de Comunidades va detrás. Lo demostró el café para todos al desarrollar el Estado de las autonomías hace casi 30 años y lo están demostrando los renovados Estatutos en estos momentos.

4.--Ante este panorama se puede optar por conllevar el problema catalán (y el vasco), como creía Azaña durante la República --pero no en plena guerra cuando comprobó la deslealtad de los nacionalistas--, o pensar que no tiene solución, como creía Ortega . Ahora no queda rastro de la miseria, la Iglesia se bate en retirada en influencia social y contamos con un Ejército que cumple funciones humanitarias en el exterior y del que nos sentimos orgullosos. El problema con los nacionalistas (los de siempre y algunos que por imitación han surgido en otras regiones españolas) es de ellos mismos, es decir, de superar su aldeanismo, ellos tienen que decidir si son leales al pacto constitucional y si están dispuestos a apoyar un proyecto de España que se inscribe en un mundo abierto y democrático.

Los jugadores de tenis, los de la roja o los de baloncesto campeones de Europa, se sienten orgullosos de ser españoles, además de catalanes o andaluces. Existen indicios positivos de que las nuevas generaciones no tendrán quizá que convivir con el último problema, aunque paralelamente se produce un adoctrinamiento en toda regla para conservar el sentimiento de nación en Cataluña y País Vasco. La España moderna no esperará a los aldeanos ligados a ideas superadas que se resisten a morir, pero las presiones que hemos visto estos días sobre el Tribunal Constitucional serían inconcebibles en cualquier país europeo.

Con todo, esto no es lo más preocupante. El viento de la historia pasará por encima de nosotros como ha pasado sobre generaciones anteriores. Entonces sólo nos restará la coherencia, que una vez perdida ya no tiene remedio posible. La izquierda democrática española ha caído en los últimos años en la tentación del aldeanismo y eso le pasará factura más pronto que tarde. Por mucho que traten de disimular, una fuerza política que ejerce la responsabilidad de gobierno no puede aliarse con otra que se come la Constitución española como si fuera una tarta, porque con esa actitud dejará el campo libre a los que quieren ejercer el poder libres de ataduras y de control.

Cuando consideramos al adversario político un enemigo mientras pactamos con el que no quiere ser español --a lo que, por otra parte, tiene derecho pero con todas las consecuencias--, debilitamos el pacto constitucional. Ese es el problema esencial de España hoy y no el tratar de comprender los aldeanismos o entenderse con ellos.