TCtreo que ya estamos maduros para que este verano, al primer pedrisco de consideración notable, achaquemos su culpabilidad a los socialistas, si la comunidad autónoma donde cae es del PSOE, o a los populares, si está gobernada por el PP.

A las dos horas de ocurrir el accidente de Valencia, cuando no se sabía ni el número de víctimas, ni existían informes técnicos, y los rumores superaban a la información, ya tenía ocasión de leer en Internet juicios de personas clarividentes que achacaban el siniestro a la visita del Papa, porque "el PP se preocupa más de la visita del Papa que de mantener las líneas de metro".

En este ambiente apasionado, que los unos observen con el ceño fruncido cualquier iniciativa de diálogo para intentar acabar con el terrorismo, sin bajar jamás de la desconfianza, y que los otros digan de los unos que lo que quieren es que ETA siga asesinando parece normal. Es decir, que nos hemos instalado en el disparate, nos hemos acomodado en el despropósito, confundimos la rivalidad política con la hostilidad demagógica y el navajeo sin cesar, y ello, nos parece normal.

Otrosí, la clase política parece que ha perdido el instinto de conservación, y ni el alarmante absentismo del Estatuto catalán -prueba clamorosa del escaso poder de convocatoria de los partidos- es capaz de hacerles reflexionar, de frenar este camino imparable hacia el desprestigio, este tobogán que engendra odio, y en el que los ciudadanos que acabamos de pagar los impuestos pasamos a un segundo plano, porque lo que importa es desprestigiar al contrincante.

Investíguese lo que ha pasado en Valencia. Búsquense responsabilidades a tenor de las pruebas y los informes técnicos, pero si mañana hay un accidente de Gas Natural, por favor, que no venga el tonto de turno a decir que la culpa es de Montilla y de Carod-Rovira.

*Periodista