No es casualidad que muchos de los movimientos críticos respecto a la situación política y social que han emergido en España durante los últimos años hayan tenido su caldo de cultivo en la Red. En oposición a la vieja política, Internet ha permitido sobrevolar las férreas redes clientelares locales, ha facilitado la comunicación entre personas que no se habrían conocido, ha impulsado el trabajo colaborativo y horizontal, ha mejorado la gestión de la libertad individual para participar en proyectos colectivos y, en fin, ha desafiado la rigidez de las formas tradicionales de expresión, participación y acción.

La Red ha tenido que navegar entre el desprecio de quienes no son capaces de incorporarla a su imaginario comunicativo, el miedo de los que entienden que podría ser un desafío a sus cuotas de poder, la impericia de los que tratan de aplicar técnicas antiguas a un medio nuevo y el excesivo entusiasmo de los que consideran que Internet puede ser la solución a todos los problemas. En realidad, este nuevo medio de comunicación es solo una herramienta más, aunque una herramienta de gran potencia transformadora. La Red no es en sí misma una solución pero seguramente formará parte de la solución.

Si analizamos la gran cantidad de espacios web, de blogs y de perfiles en redes sociales que los partidos políticos han abierto durante los últimos años para luego abandonarlos completamente, es fácil comprender que los responsables de la política institucionalizada no han entendido absolutamente nada. Han acogido Internet como un medio más para extender la caduca propaganda política, han trasladado la emisión de consignas verticales a un hábitat eminentemente horizontal, han mantenido la despersonalización que caracteriza la comunicación entre clase política y ciudadanía, y no han logrado generar significados diferenciadores ni formas atractivas.

NO EXISTIRIA un uso adecuado de la Red mientras no se produzca un profundo cambio de cultura política, al que las élites de los partidos se resisten puesto que saben que está en juego su propia permanencia. Mientras los objetivos sigan siendo extraer réditos electorales de ciegas estrategias comunicativas a corto plazo y enfocar la relación con los ciudadanos bajo la exclusiva óptica de la conquista del poder, todo eso se trasladará inevitablemente al uso político de la Red, donde ambas inercias son veneno para la comunicación constructiva e ilusionante.

Por otra parte, la eclosión de Internet como medio con influencia creciente, ha impulsado la aparición de algunos fenómenos preocupantes ante los que hay que permanecer alerta. El primero es la emergencia de los gurús de la Red, supuestos oráculos de todo lo que debe y no debe hacerse con esta herramienta; en muchos casos, afiliados de los propios partidos políticos que, a sueldo de esos mismos partidos, les dicen a las direcciones exactamente aquello que quieren oír y, por supuesto, solo proponen cambios cosméticos para que la Red pueda continuar siendo una herramienta al servicio de la vieja política, esa vieja política que les garantiza el sustento. La pléyade de admiradores incondicionales de los gurús les convierte en un peligro real de inmovilismo, porque mientras los ojos se dirigen a esas falsas estrategias transformadoras, no se presta atención a la genuina potencialidad de la Red como instrumento para subvertir inercias políticas y sociales.

El segundo fenómeno es algo más complejo, y mucho más importante: la "falsa" entronización de Internet como el medio democrático por excelencia. He entrecomillado "falsa", porque en realidad no es del todo falsa, en cuanto que la Red facilita que haya creadores de contenidos que antes tenían silenciada su voz, abre algunas grietas -pequeñas- en el inmenso poder de los medios de comunicación de masas, permite un contacto más directo entre emisores y receptores, etc., etc. Sin embargo, sí tiene algo de falsa en su esencia, puesto que la propiedad de los medios técnicos que permiten la supervivencia de Internet es de los mismos que poseen el 99% de la riqueza mundial; los dueños del dinero son los que tienen en su mano apagar, cuando así lo estimen oportuno, el interruptor que nos deje sin acceso a ese medio tan "democrático". Y si aún no lo han hecho quizá es porque creen que Internet no supone ningún problema serio para el mantenimiento de su estatus.