En una reunión informal en la que coincidían algunos políticos profesionales y ciudadanos adheridos a la política por afición y por responsabilidad, oí una frase que podía parecer extemporánea pero que, en el fondo, era reveladora de algunos problemas que nos afectan. Un político conspicuo y bien instalado dijo que, hoy día, los políticos mandan poco y que, tal como van las cosas, mandarán menos aún. ¿Era un despropósito o un análisis realista de la situación y un planteamiento crítico en profundidad?

Una primera interpretación de la frase podría ser el reconocimiento de que cada día hay más campos de conocimiento, más caminos de intervención en la vida colectiva, que hacen que la política y su capacidad de mando pierdan terreno para cederlo, por ejemplo, a las propuestas y consecuencias de la macroeconomía y de la economía de urgencia, de los problemas laborales, de la coherencia unitaria del planeta y del respeto a sus reservas energéticas, de la sostenibilidad y de otros valores que se presentan como hechos objetivos aparentemente a salvo de la política. Esta interpretación constataría la sustitución de la carga ideológica de la política, incluso de su moral, por principios que responden solo a la gestión más o menos correcta del desarrollo, con el peligro de incluir --descuidada o subrepticiamente-- intereses tendenciosos tras una aparente objetividad.

XPODEMOS PENSARx en otra interpretación más malévola. La frase podría ser un síntoma de impotencia y resignación: los políticos no mandan porque ya lo hacen, a su pesar, las fuerzas reales que se han impuesto en nuestra sociedad y que gravitan alrededor de los grandes capitales organizados globalmente y, a menudo, amparados por varios medios de comunicación. Es la aceptación de un hecho que tiende a apoyar intereses particulares o, en situaciones extremas, incluso a la corrupción. Esto es: los políticos mandan poco porque los intereses de los grupos dominantes han carcomido sus butacas. Ya no es posible ni una gestión correcta del desarrollo social, aunque sea sin política.

La tercera interpretación puede ser más devastadora si cabe: los políticos no mandan porque los que mandan son los partidos políticos y estos están cada día más desinteresados en la política, absorbidos en las labores electorales y en la búsqueda de apoyos económicos para la supervivencia de la organización y sus componentes. Ya sabemos que la estructura funcional de la democracia está basada, entre otras cosas, en la presencia organizada de los partidos, pero sabemos también --y, ahora, con la experiencia comprobada-- que esta estructura no puede funcionar si los partidos anulan la calidad de la política y de sus políticos y la creación de liderazgos naturales.

Podrían sugerirse muchas más interpretaciones a la frase que nos soltó el político conspicuo y responsable. Pero me parece que todas tienen el mismo trasfondo: los políticos mandan poco porque los criterios políticos, estrictamente políticos, no se imponen desde otro nivel jerárquico a los movimientos extrapolíticos que ocupan un poder jerárquicamente lisiado, que decanta la sociedad hacia un sistema de gestión sin ideología, hacia los intereses de los grandes grupos económicos, hacia la corrupción o hacia el partidismo estéril. Los políticos sin política no mandan ni pueden mandar. Y esto es un accidente grave. Porque solo la política, con todo su contenido programático, con todas las exigencias morales, con toda la voluntad de transformación global, puede invertir esta situación. Nos quejamos de los males de la política y nos equivocamos.

El auténtico mal es que no hay política y todo se limita a una gestión de urgencias de dudosa validez en los plazos normales de la vida activa de una sociedad. Ni la corrupción, ni el marasmo de los partidos, ni el abuso de poder de los grupos que trafican en el control económico, ni los que abusan de falsas medidas objetivables pueden ser corregidos si no es con el ejercicio limpio y escueto de la política. De momento, nuestros políticos no están dispuestos a apostar. Y es que los políticos no quieren meterse en política, si se me permite parodiar una famosa frase del general Franco .

Y, para acabar de arreglarlo, existe una perniciosa derivación de este apoliticismo que tienen los políticos: los ciudadanos han perdido también el músculo político y el empuje necesarios para exigir una renovación. Primero iniciaron un absentismo electoral que se completó con graves desafecciones, situación que ha terminado con un desprecio que ya mancha las conciencias que se habían formado en el entusiasmo de la democracia. Porque, al revés de lo que algunos suelen decir, la muerte de la política debe llevar, indefectiblemente, a la muerte de la democracia. Y para evitar la muerte de la política hay que dar, primero, con unos políticos que estén suficientemente politizados.