Sin ningún afán de fastidiar las Navidades a nadie, hay que comentar el sorprendente dato de la encuesta del CIS: los españoles consideran que los políticos son el tercer problema que más les preocupa, tras el paro y las dificultades económicas. O sea, que esos representantes, a los que han elegido en las urnas, unos para que gobiernen, otros para la leal oposición, algunos para dirigir comunidades y, los más, al frente de Ayuntamientos; todos, cada uno en su ámbito, por su ineficacia, son un problema para los ciudadanos.

La respuesta de los encuestados es tan grave que debería llevar a una verdadera convulsión en la clase política, si todavía tuviera capacidad de reacción. Pero la convivencia con la corrupción, que azota por igual a todos los partidos y las estratagemas para ocultar las culpas propias y magnificar las ajenas, ha generado una concha de tolerancia a los dirigentes y una capacidad para mirar para otro lado realmente asombrosa.

Tampoco los votantes somos exigentes a la hora de depurar responsabilidades con quien mete la mano en la bolsa de todos. El caso más reciente y llamativo es el del ex alcalde de Santa Coloma de Gramenet, miembro del PSC, detenido por la ´Operación Pretoria´ y al que empresarios y vecinos le han pagado mediante una colecta la fianza de 500.000 euros. Seguro que si se volviera a presentar, por las mismas razones que le prestan el dinero, le votarían. Debió repartir beneficios...

Pero no ha sido la corrupción, que es lo más grave, lo que ha llevado a la ciudadanía a creer que la clase política, la peor que ha tenido este país desde la ensalzada Transición, es un problema para España. Ha sido su incapacidad para solucionar la crisis económica y lograr acuerdos frente al paro, lo que les ha llevado, en la consideración de la ciudadanía, a pasar de ser una posible solución, a convertirse en parte del problema.

La preocupación por temas como la vivienda, la inseguridad, el terrosismo o la inmigración, se han relegado a un segundo plano, toda vez que los encuestados han perdido la confianza en que la clase política, sea del partido que sea, vaya a resolver una situación económica a la que no se ve salida. Su escepticismo es tal que ni siquiera creen que la presidencia española de la UE vaya a servir para mejorar en algo la situación. Y no es por fastidiar a los políticos estas entrañables fiestas, pero es lo que piensa la mayoría.