En este tiempo de obligado encierro, todos nos convertimos un poco en sociólogos y expertos analistas sociales. No por ello reflejamos de forma unívoca la lógica adecuada sobre la respuesta social a esta situación en la que se modifican sustantivamente los comportamientos sociales. Son varios los artículos que he leído estos días queriendo responder a esta pregunta; ninguno de ellos me ha convencido. Unos porque describían únicamente el comportamiento que siendo evidente no explica el porqué; otros lo resuelven con el miedo a quedarse sin el preciado tesoro cotidiano que se convierte en relevante: el miedo ante la ausencia. Poco más se manifiesta en tan lúcidas interpretaciones. Por ello me he decidido a exponer lo que pienso al respecto. En primer lugar tengo que agradecer a Ernest Becker, quien en su magnífica obra La negación de la muerte, me permitió enlazar con su diseño teórico el acontecimiento social al que nos estamos refiriendo; queda, por tanto, saldada la deuda.

En el pensamiento filosófico, al igual que en el de las ciencias sociales, se entiende al hombre escindido en dos abismos: cuerpo y alma, o si se prefiere, cuerpo y mente y su correlativo Naturaleza y Cultura. Ni somos tan solo naturaleza ni tan solo cultura. Desprovistos de instintos animales que responden directamente y de forma eficaz ante el medio, tenemos que «construir» artilugios culturales -mediados por la inteligencia- para responder con la misma eficacia que los animales para seguir vivos. Ambos, ellos y nosotros, perseguimos el mismo objetivo, que no es ni más ni menos que seguir vivos en este universo que de pensarlo desconcierta. Es esta nuestra tarea como homo sapiens (que sabemos que sabemos).

Naturaleza y Cultura se entrelazan. La primera nos lleva inexorablemente a la muerte, la cultura nos eleva a la eternidad del tiempo y del infinito espacio en las creencias y ritos religiosos. Morir y vivir eternamente van unidos desde la conciencia del hombre, el único animal que es capaz de pensar -y de ahí su tragedia-. La lucha por ascender lleva la angustia de no lograrlo, separarnos de la animalidad es el primer paso. De ahí que nuestro cuerpo deba ser enculturado, sometido a las pautas compartidas desde la razón por los demás hombres. La parte del cuerpo que representa simbólicamente al mismo es el ano; por él se desecha lo inservible y nos une al resto de las especies animales. No es de extrañar, por tanto, que el deber de la cultura, de sentirnos hombres, es el de eliminar en lo posible ese espejo de la animalidad. Limpiar nuestro trasero se convierte en fundamental para ser humano, de aquí que en tiempo de incertidumbre debemos acaparar comida para mantener la vida y la limpieza de esa parte del cuerpo en aras de seguir siendo hombres.

Tememos dejar de vernos como posibles dioses, inmortales en el tiempo y el espacio; ocultar nuestra mortalidad, la tarea ineludible ¿Qué instrumento tenemos para mantenernos en esa pureza cultural que tanto aspiramos y a la vez nos define? El papel higiénico es la respuesta, de ahí que sea el tesoro oculto que se hace manifiesto ante la incertidumbre de la escasez o ausencia. Simple, terrible y azarosa verdad para el hombre de nuestro tiempo.

Por favor, de no tener acumulado rollos de papel para el baño, presto vayan a la tienda más próxima, tendrán razón al hacerlo; la razón más evidente, aquella que nos define como hombres en una única especie.

* Sociólogo y Antropólogo, profesor de la UEX