Leo en la revista Jotdown que un grupo de científicos norteamericanos cree haber descubierto las causas por las que una novela engancha al lector. El estudio analizó el uso de las palabras y la gramática de novelas de éxito para averiguar en qué coinciden, o lo que es lo mismo, qué elementos diferenciadores las separa de las novelas fracasadas.

Estos investigadores han llegado a varias conclusiones, según ellos relevantes. Por ejemplo: que las novelas de éxito apuestan por verbos que describen procesos mentales (como «reconoció» o «recordó»), mientras que en las de poco éxito abundan palabras que sugieren acciones y emociones («quería», «cogió», «prometió»...). Una de las conclusiones más asombrosas es que la lectura fácil no predispone hacia el éxito... sino hacia el fracaso.

No tengo demasiados datos para juzgar esta investigación, pero mucho me temo que son los desvaríos de un grupo de personas de ciencias que jamás han escrito una novela, y si alguna de ellas lo ha hecho -hasta donde yo sé-, no ha tenido mucho éxito.

La ciencia, compulsiva en la búsqueda de las respuestas, es algo maravilloso, pero más lo es la literatura, que se encarga de plantear muchas preguntas que rara vez conducen a una respuesta categórica. La ciencia se afana en revelar verdades, mientras que la literatura se limita -que no es poco- a ayudarnos a contemporizar con lo más insondable de nuestro interior. Una literatura atada a los parámetros científicos sería tan indeseable como una ciencia atada a premisas literarias.

En resumen: predecir el éxito de una obra literaria no está al alcance de la ciencia, como demuestra que esta investigación se centrara en libros cuya proyección ya conocemos, esto es, a toro pasado, y no antes de ser publicados.

Mientras tanto, la mayoría de los escritores podremos seguir alimentando nuestros aires de grandeza mientras escribimos novelas condenadas al fracaso.

* Escritor