Esta crisis económica la vamos a pagar todos, con las distinciones habituales. Pagarán más los que menos tienen, los que viven de las migajas de otros, los que van a perder su empleo, los que van a ver congelado o reducido su salario. Pero, sobre todo, la van a pagar los más jóvenes, tanto aquellos a los que se les desvanece -otra vez- la esperanza de lograr un trabajo digno, como aquellos que, fuera de las aulas desde hace meses, aún no saben -en todos los sentidos- la que les espera.

Por eso, si bien hay que ocuparse de la salud y el bienestar de todos, hay que atender, especialmente, a la educación de esos jóvenes. De lo primero depende la subsistencia, pero de lo segundo depende el futuro (también el de la subsistencia). Como ha dicho recientemente la ministra de Educación, si queremos erradicar la pobreza de nuestro país y tener un rol protagonista frente a los cambios que se avecinan (y hay que emprender), tenemos, justo ahora, que invertir en educación.

La ministra no anda desencaminada. Sabe que los recortes educativos de 2008 (más de un punto del PIB y miles de profesores a la calle) nos han llevado en diez años a la cola de Europa en gasto educativo y, correlativamente, a la cabeza en porcentaje de fracaso escolar (con Extremadura entre los primeros del pelotón). El fracaso o abandono escolar temprano de más del 20% de los alumnos (el doble de la media europea) implica más trabajadores sin cualificación, una ciudadanía más inmadura y personas peor formadas; esto es: más pobreza, en todos los sentidos posibles del término.

¿Y es realmente tan necesaria la inversión en educación para reducir el fracaso o abandono escolar? Lo es. Si se invierte más se pueden contratar más profesores. Si hay más profesores hay mejores ratios (menos alumnos por profesor, como en Europa). Si hay mejores ratios la educación individualizada y de calidad empezará por vez primera a ser un hecho. Si la educación individualizada y de calidad empieza a ser un hecho, los profesores experimentarán también su trabajo de manera más grata, tendrán más tiempo y energía para formarse, y se generará un espléndido círculo virtuoso con que salir del agujero en el que estamos metidos.

No es el cuento de la lechera. Es obvio que no basta con mejores ratios y un número sensato de horas lectivas, y que harán falta también una profunda renovación curricular y pedagógica, un sistema más exigente de formación y selección de docentes y, si no es mucho pedir, una ley educativa que dure más de dos legislaturas. Pero todo a su tiempo. Lo que es inconcebible ahora -tal como dice la ministra- es hacer recortes -tal como dispone nuestra Consejería de Educación-, esto es: recortar plantillas (más de 500 maestros y profesores, acrecentando de paso el problema del paro), ampliar las ratios al máximo legal permitido (aumentando el riesgo de contagio mientras dure la pandemia) e incrementar el número de horas lectivas (multiplicando el trabajo, que el próximo curso tendrá muy probablemente que ser presencial y virtual al mismo tiempo) para suprimir gastos.

Es inconcebible porque, además de todo lo dicho, supone concebir la educación como si fuera una empresa (en la que se pudieran cerrar centros deficitarios, despedir al personal o digitalizar los servicios para reducir costes -no quiero dar ideas, pero ¿se imaginan el gigantesco ahorro para las arcas públicas, y el más gigantesco negocio aún para ciertas empresas, si la «tele-educación» hubiera venido para quedarse?-). Pero una escuela de calidad no es una empresa, sino un bien público al servicio de todos (y no solo de los que puedan pagar un colegio privado con educación presencial y ratios de 15 alumnos), por eso no debe gestionarse como una empresa, ni educar a la gente a distancia, ni en masa, ni a destajo...

Sin una buena educación pública seremos, en fin, más pobres -en todos los sentidos- y estaremos, como sociedad, menos cohesionados. Por eso es impensable plantear nuevos recortes educativos. Y aquí menos que en ningún sitio. Inviertan, pues, en educación. En educadores. Y si no hay dinero, búsquenlo. O exíjanlo, como hacen otros. Es de cajón. Es imprescindible. Y es justo.

*Profesor de Filosofía y miembro del Consejo Escolar de Extremadura.