La pasada semana vimos al antiguo vicepresidente económico y exdirector del FMI Rodrigo Rato asegurar que creía legal cobrar parte de su salario con una tarjeta black. También como se iniciaba en la Audiencia Nacional el primer juicio de la Gürtel y de Luis Bárcenas, aquel al que Mariano Rajoy enviaba mensajitos por SMS. Y sin embargo, ha sido la semana grande de Rajoy, que parece estar ganando la batalla y podrá elegir entre ir a nuevas elecciones con el viento a favor y el PSOE sin candidato, o aceptar una abstención técnica del PSOE a su investidura.

¡Un happy end tras nueve meses de vía crucis! Un agudo periodista gallego me resumía así la situación: «Hay que reconocer que este gallego ha sabido transformar la legislatura de la corrupción del PP y de su falta de diálogo en la de la crisis existencial del PSOE». No le pude rebatir, y buscando las causas de este fenómeno real y nada paranormal se me ocurrieron algunas razones. No todo puede deberse a la guerra intestina del PSOE y a la llamativa falta de plan B de los autores del golpe contra Pedro Sánchez.

Hay una primera razón. Rajoy, al contrario que Aznar, es un conservador biológico, poco ideológico. El desorden establecido es lo mejor, no por principios o ideas sino simplemente porque existe. Es un error querer cambiarlo al gusto, como pretende la derecha ideológica. Y no digamos la izquierda. Se trata de administrarlo. Rajoy sacó solo 137 diputados sobre 350, pero estaban unidos bajo su mando y el resto estaban divididos.

Todos los otros privilegiaban su cambio, y el primer partido contrario, el PSOE, solo tenía 85 escaños. Para sustituir a Rajoy en la Moncloa, Sánchez necesitaba convencer de su cambio a dos de tres posibles aliados: Ciudadanos, Podemos y los nacionalistas. Lo logró tras el 20-D con C’s -esencial para evitar un frentismo condenado a estrellarse-, pero esa fórmula fue juzgada «traidora» por Pablo Iglesias. Y la opción de pactar con Podemos -en espera del apoyo independentista o de la abstención de C’s- erizaba a mucho PSOE.

En el PP había solo 137 escaños (sobre 350), pero en el resto había demasiados proyectos distintos y… exclusivistas. Y Pedro Sánchez fue arrollado en el intento de aunarlos, en parte por su tendencia a dirigir el PSOE sin pactar.

El PP solo tenía un objetivo y un líder, y las fuerzas del cambio tenían objetivos diferentes, muy poca voluntad de acordar algo común y liderazgos varios e incompatibles: Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Albert Rivera, Oriol Jonqueras, Mas-Homs y… Susana Díaz. Todos, además, muy dogmáticos de lo suyo frente a un Rajoy que solo quería seguir gobernando sin muchas ideas pero adaptándose a la difícil realidad europea. Resultado: Rajoy está ganando la partida.

Pero es difícil que el PP gane sin alguna complicidad social. Pese a todos sus fallos, la corrupción y la ausencia de diálogo, ha sido por dos veces la primera fuerza. Y ello se debe a que la economía -mal que bien- está saliendo de la crisis. Mal, porque el modelo económico ha cambiado poco pese al aumento de las exportaciones. Mal, porque sin el gran apoyo del BCE desde mediados del 2012 habríamos naufragado. Mal, porque el keynesianismo clandestino de Montoro del 2015 (rebaja fiscal) tiene mucho de pan para hoy y hambre para mañana. Pero la inevitable, penosa y tan fácil de criticar devaluación interna ha funcionado. Al menos a medias. El PSOE de Sánchez y de Susana no ha analizado con rigor el asunto, lo que le ha impedido medir bien la realidad.

La economía española lleva ya dos años siendo una de las que más crecen, en parte por haber seguido las directrices de Bruselas. El FMI lo acaba de certificar y lo que la calle nota es que en los tres últimos años se han creado 1,2 millones de empleos según la EPA y 1,4 millones según el registro de la Seguridad Social. Después pongamos reparos a la calidad del empleo -que además está lejos todavía de las cotas del 2008-, pero la calle nota que la economía crece hoy a un ritmo del 3,2% anual y el gasto de las familias al 3,6%.

En España hay malestar social, pero no tan hondo como en el 2013, y por eso hay una minoría mayoritaria que prefiere la España convulsa de Rajoy, la falta de diálogo e incluso la corrupción, a los proyectos divergentes -a veces ilusorios- de cuatro oposiciones: socialista, podemista, ciudadana e independentista. Falta un proyecto alternativo y que ese proyecto garantice que lo logrado en los últimos tres años no vaya a descarrilar.