Catedrático de Economía Aplicada

Está usted de acuerdo en que los precios de los productos que compra normalmente han subido un 4% respecto de lo que le costaban el año 2001 o cree que la subida ha sido mayor? Un aumento del doble de la tasa esperada por el Gobierno, del 2% al 4%, es un crecimiento espectacular. Pero aun así, mucha gente siente que las cosas cotidianas han subido más.

Antes ibas al mercado con un billete de 5.000 pesetas y llenabas la bolsa. Ahora, con la misma cantidad, pero en euros, no llega ni para la mitad. La carne, el pescado, la fruta, las verduras y otros productos frescos, los periódicos, el transporte público, los parkings, el peluquero, tomarse un café y otras muchas cosas que adquirimos o hacemos cotidianamente han experimentado un crecimiento considerable.

Entonces, ¿nos engaña el Gobierno con el índice de precios al consumo (IPC) del 4%? No exactamente. Lo que mide el IPC es el crecimiento medio de los precios de los artículos que forman la cesta de la compra de una familia media española. Eso incluye los artículos diarios como los mencionados, pero también los ordenadores, la telefonía o los automóviles, que no han subido precios, sino que han bajado. Para una familia con hijos en edad de consumo compulsivo de teléfono, internet e informática, como es mi caso, la subida de precios de unos bienes se compensa con la bajada de otros. Pero para una familia formada por personas mayores cuya cesta de la compra está formada por artículos de consumo cotidiano, el incremento de los precios ha sido mucho mayor. Y es aquí donde más duele la inflación. Y, ¿por qué han subido las cosas de bajo precio unitario que compramos habitualmente? Por tres motivos. Porque con el cambio de moneda hemos perdido sensibilidad a los precios, y, aprovechándose de esto, el redondeo que han practicado los vendedores ha sido muy fuerte. Segundo, porque los consumidores españoles no somos exigentes. Y, porque las autoridades de todo tipo, con Rodrigo Rato a la cabeza, responsables de luchar contra el redondeo no han hecho bien sus deberes.

La pérdida de sensibilidad de los consumidores a los precios ha sido tremenda. Hemos identificado un céntimo de euro con una peseta, y no con 1,6 pesetas. Esto nos ha hecho insensibles al redondeo. En la parada del mercado donde compro las frutas y verduras me dicen que no vale la pena que bajen unos céntimos porque la gente no les compraría más a ellos. A un taxista le dejabas 15 pesetas de propina y pensabas que habías quedado como un señor. Ahora te da un no sé qué dejarle sólo 10 céntimos, y al menos dejas 20. Total, más de un cien por cien de propina. Y así en otras muchas compras cotidianas.

Esta falta de sensibilidad a los precios permite entender también en parte lo que ha ocurrido con la vivienda. Al comprar no te fijas tanto en el precio como en la cuota mensual que vas a pagar durante 15 ó 20 años por el crédito hipotecario. Cuando los tipos de interés son muy bajos, como ocurre ahora, un incremento de varios millones de pesetas en el precio del piso representa muy poco en la cuota mensual.