Escribo estas líneas pocas horas después de que haya sido encontrado el cuerpo sin vida del pequeño Julen y, así, se haya puesto fin también al bochornoso espectáculo que han dado los medios de comunicación en el tratamiento de esta noticia.

Informativos de máxima audiencia dedicados en más de un cincuenta por ciento a un asunto del que no había nada que contar, excepto que los profesionales seguían intentando encontrar al niño. Falsas noticias sin contrastar. Rumores infundados. Alusiones indirectas a la posible situación del pequeño bajo tierra para generar un imaginario morboso y truculento. En fin, una vergüenza.

Esto me recordó al tratamiento informativo que se dio en su día al juicio sobre el caso de ‘La Manada’ que, por cierto, va a dar lugar a una serie de televisión protagonizada por la actriz transexual Daniela Vega. Todo este caso es un perfecto ejemplo de la enfermedad que afecta a nuestra sociedad, y que tarde o temprano habrá que curar para que no nos acabe matando.

Los hechos descritos en la sentencia judicial mostraban que el grupo de jóvenes que se metieron en aquel portal estaban llevando a la realidad el imaginario sexual conformado por la pornografía. La pornografía era algo secreto y oscuro hace veinte años, algo que no era fácil de encontrar y que se buscaba clandestinamente porque estaba mal visto. Ahora los chavales de doce años --esa es, incomprensiblemente, la edad a la que sus padres les compran smartphones-- tienen acceso ilimitado a tantas imágenes pornográficas como deseen durante todas las horas del día. Así, la pornografía se ha convertido en el principal elemento de la educación sexual, lo que determina diversas patologías que ya están siendo estudiadas.

Pero si los jóvenes de La Manada necesitaban emociones fuertes en aquel portal de Pamplona, no menos fuertes son las emociones que parecían necesitar los espectadores que fagocitaron con delectación el relato de los hechos, el sufrimiento de la víctima y los detalles de un juicio convertido en espectáculo. Espectadores que tendrán su plato fuerte en una serie de televisión que a buen seguro abundará en los detalles más morbosos y que, para más inri, está protagonizada por una actriz transexual, lo cual es un doble tirabuzón en la búsqueda del morbo y del machismo que subyacen bajo toda esta historia.

El caso de La Manada comienza en la pornografía (en la que a buen seguro se educaron los agresores sexuales) y acaba en la pornografía (la de los medios vendiendo espectáculo y empaquetando el producto en una serie para televisión).

La palabra pornografía significa etimológicamente «descripción de la prostitución». Prostituir, además de obligar a que alguien mantenga relaciones sexuales por dinero, es también deshonrar o degradar algo a cambio de un beneficio. Por eso podemos hablar de pornografía, en sentido amplio, como un estado ético global de nuestra sociedad actual.

Pornografía es aprovechar el drama de un niño encerrado en un pozo durante trece días para hacer saltar las audiencias. Pornografía es que políticos de diversa condición y nacionalidad pugnen por concentrar su ideología en los 280 caracteres que caben en un tuit. Pornografía es el caudal de imágenes con el que los adolescentes se inician en el sexo y con el que toda la sociedad se sexualiza permanentemente a través de la publicidad. Pornografía es el periodismo del corazón, que maneja más dinero que algunos servicios básicos de nuestro sistema social, por crear y vender un mundo falso de relaciones falsas. Pornografía es cómo el fútbol ha pasado de ser un deporte humilde de calle a ser un desfile de millonarios que no se despeinan sobre el césped.

Vivimos cotidianamente en un universo pornográfico porque vivimos cotidianamente en una sociedad en la que todo se ha prostituido para poder ser vendido en el gran mercado del neoliberalismo. Todo tiene un precio, desde la cultura hasta la ética, pasando por la educación, la información, la política o la justicia. Y cuando todo tiene un precio, y la mayoría de la sociedad acepta que lo que importa es el precio y no los valores que subyacen, la democracia puede llegar a convertirse en un escenario de cartón piedra que cae con una tormenta de intensidad media.