España mantiene con su país vecino, Portugal, una frontera de más de mil doscientos kilómetros. Entre las poblaciones próximas a esa línea (la raya), tanto a un lado como a otro, se ha mantenido un activo contacto tanto en lo económico como en lo sociológico o en lo cultural. Sin embargo, en términos generales podemos decir que los españoles ignoramos mucho de Portugal, desconocemos su historia y apenas nos interesamos por su cultura. También es cierto que en algunos momentos han surgido corrientes que pretendían llevar a cabo una fusión entre ambos estados, es la corriente conocida como Iberismo, en la cual participó por ejemplo Juan Valera, como prueban las cartas que desde Lisboa, a cuya legación diplomática llegó como agregado en 1850, le escribió a Estébanez Calderón. Con posterioridad esa corriente tendrá eco en sectores del republicanismo, pero no pasó de ser una tendencia minoritaria, que en algunos casos se vio apoyada por intelectuales, de los cuales el más significativo en tiempos recientes ha sido José Saramago. Para mi generación, al menos para quienes militábamos en el antifranquismo, Portugal se convirtió en objeto de envidia cuando el 25 de abril de 1974 se produjo el triunfo de la Revolución de los claveles, si bien con el paso del tiempo aquel entusiasmo inicial se ha transformado sobre todo en una atracción turística más que política o cultural.

No obstante, nunca es tarde para descubrir partes desconocidas de la cultura vecina. Es lo que me ha pasado al visitar, llevado por mi interés por el escritor Fernando Pessoa, la exposición del Museo Reina Sofía: Pessoa. Todo arte es una forma de literatura, abierta hasta el 7 de mayo, que ha tenido como comisarios a Joao Fernandes y Ana Ara. Como digo, fui atraído por Pessoa, al cual descubrí hace años, y con él a sus heterónimos: Alberto Caeiro, Ricardo Reis o Álvaro de Campos. En boca del segundo de ellos escribió que la base de la poesía «es el sentimiento, aunque se expresa con la inteligencia». Esas palabras vienen a cuento porque en la muestra se hace un repaso de los distintos ismos que influyeron en la cultura portuguesa de las primeras décadas del siglo XX, desde el paulismo o el simbolismo hasta el sensacionismo, que precisamente sería definido por Álvaro de Campos en uno de sus poemas. Esta corriente será defendida por Pessoa a través de una revista que fundó junto a Mário de Sá Carneiro, Orpheu, de la cual solo se publicaron dos números, que se pueden ver en la exposición, así como cartas de escritores españoles, en especial García Lorca o Miguel de Unamuno. Por otro lado, es la oportunidad para conocer la obra de un conjunto de pintores portugueses que trataron de adaptar a la idiosincrasia de su país movimientos como el futurismo o el cubismo. Es el caso de José de Almada Negreiros, Amadeo de Souza-Cardoso, Santa Rita Pintor o Eduardo Viana, o también la influencia de Sonia y Robert Delaunay, establecidos en Portugal durante parte de la primera guerra mundial, y que se convirtieron en introductores del orfismo, una variante del cubismo.

En el Catálogo podremos ampliar la información con un conjunto de colaboraciones, así como con abundantes textos de Pessoa. Me detuve ante el cuadro de José Almada Negreiros, Retrato de Fernando Pessoa (1964), porque recordaba que un fragmento del mismo había servido para ilustrar la cubierta de un libro del escritor, editado por Acantilado, La hora del diablo, un relato breve, que recomiendo y que he vuelto a leer estos días y donde en el diálogo entre Satán y una mujer llamada María, el diablo le dice: «Yo nunca he pretendido decirle la verdad a nadie, en parte porque de nada sirve y en parte porque no la conozco. Creo que mi hermano mayor, Dios todopoderoso, tampoco la conoce. Pero eso son asuntos de familia».