Hay una frase atribuida a José Saramago que dice que España y Portugal nacieron como hermanas siamesas pero pegadas por la espalda. Es el retrato de los dos países ibéricos: hermanos de sangre, pero sin mirarse a la cara; dos vecinos identificados con una misma calle y un mismo territorio pero con grandes muros levantados entre sí para no saber nada el uno del otro. Siempre me pareció una tontería la frontera, lo mismo que siempre me sorprendió la soberbia primero y condescendencia después de los españoles con respecto a los portugueses, como si en otra época y en otro régimen alguien nos hubiera imbuido, sin ninguna razón aparente, la opinión de que los españoles son superiores a los portugueses por el mero hecho de ser diferentes. El clasismo tiene mucho que ver con el nacionalismo y es detestable cuando se ampara en la supremacía de la raza, la cultura o la riqueza.

Este confinamiento por la pandemia del coronavirus me ha hecho reflexionar y pensar en Portugal. Tan cerca y, a la vez, tan lejos. Un montón de pueblos extremeños alrededor de 250 kilómetros de frontera, que se dice pronto, sin poder cruzar al otro lado de la raya, lo mismo que los del otro lado para acá, como si los virus entendieran de países distintos separados por una barrera. Por eso, este miércoles, durante el acto de apertura de fronteras entre España y Portugal en Badajoz primero y en Elvas después sentí una cierta emoción. No por la parafernalia política y si me apuran teatral de las autoridades allí presentes, sino por la importancia de Estado que se le quiso dar a este acto cargado de simbolismo de dos pueblos que se sientan a la mesa en igualdad de condiciones muy interesados en recobrar la normalidad y las relaciones entre sus gentes.

No hace mucho un colega periodista portugués me preguntó por qué en el mapa del tiempo de los telediarios españoles aparecían España y Portugal juntos, como si nuestro país llegara hasta el Atlántico más allá de Galicia. No supe cómo explicarlo porque, en efecto, luego reparé en que era así y que ni Francia ni Marruecos estaban y también eran territorios fronterizos. Recuerdo del mismo modo que de niño, cuando me decían que dibujara en goegrafía el mapa de España, lo hacía con la península ibérica al completo, como si Portugal fuera una comunidad autónoma más española e incluso ponía con letra ‘Portugal’ al igual que hacía con ‘Extremadura’ o ‘Castilla-La Mancha’ o las regiones de entonces.

Digamos con ello que el peligro de invasión o de adhesión siempre ha estado presente en Portugal y así lo han vivido ellos muchos años. Nuestra historia común no está exenta de guerras sino todo lo contrario. Soy oriundo de Olivenza y sé de lo que hablo. Pero también en razón de su situación geográfica separada del resto del mundo por el océano Atlántico y la frontera con nuestro país. Los portugueses, todo hay que decirlo, han tenido muchos años fobia a los españoles. En el refranero luso se dice con sorna: «De Espanha nem bom vento, nem bom casamento». Se trata de un dicho popular que tiene parte de razón en lo primero: los vientos cuando soplan del interior, es decir, desde España, son más fuertes y fríos en invierno y más calurosos y secos en verano que cuando soplan desde el Atlántico, pero en lo de los matrimonios mixtos no deja de ser un aviso a navegantes de que todo acuerdo que venga del otro lado de la raya hay que ponerlo en cuarentena.

Con el transcurrir de los años, y sobre todo desde la entrada de España y Portugal en la Unión Europea, las cosas han ido cambiando, en especial en comunidades como Extremadura, donde la conexión con el país vecino es un hecho consumado hace años como viene reconocido en nuestro propio Estatuto de Autonomía.

No es nuevo el interés por aprender portugués en nuestra región (tres de cada cuatro alumnos de la lengua de Camões en España lo hacen en Extremadura), y no nos coge de sorpresa la cantidad de profesionales españoles que cruzan la raya cada día para ejercer su profesión, muchos de ellos sanitarios en pueblos limítrofes con la frontera. En el terreno económico, Portugal es el país al que Extremadura realiza más exportaciones, 567 millones de euros en 2019, y en ciudades como Badajoz el público portugués representa el 30% de las ventas en tiendas y grandes superficies.

A estas alturas de nuestra historia no se entiende el futuro de Extremadura sin Portugal ahí al lado. De ahí que hayamos empezado a mirarnos a la cara y la frase de José Saramago empiece a ser parte del pasado. Porque nunca más vuelvan a cerrarse las fronteras y ningún virus levante muros entre dos pueblos que, en verdad, se empiezan a sentir como hermanos.