Conocí a Jesús Posada , el flamante presidente del Congreso de los diputados, al final del decenio de los setenta, cuando Rodolfo Martín Villa , siguiendo la lógica de que el funcionario no tiene patria, consideró oportuno que un soriano fuera gobernador civil de Huelva.

Más tarde lo volví a encontrar de presidente interino de Castilla y León, y digo lo de interino, porque creo que fue el término empleado por él mismo, en un cometido en el que, si tuvo intención de perpetuarse, sería una intención tan íntima que nadie lo notó. Es más, creo que como ingeniero de caminos, estaba más contento como consejero de Fomento, con Aznar , que como presidente de una comunidad que ha sido tradicionalmente del PP, como Extremadura, hasta no hace mucho, lo fue del PSOE.

Hace mucho que ni le veo, ni le escucho, pero recuerdo que corresponde al sector de sorianos con sentido del humor, aunque su condición o su cargo no sean proclives a demostrarlo. Prudente, fajador, con altas responsabilidades desde los treinta años, me imagino que tanto su experiencia como ministro en dos ocasiones, como su formación científica y económica, le bastarán para desempeñar un trabajo que nunca es fácil.

Su vicepresidenta, Celia Villalobos , ha sido uno de esos nombramientos que descubren la habilidad galaica de Mariano Rajoy . Es un cargo de mucho copete, de jerarquía indiscutible, pero que le libra al futuro presidente del Gobierno de incorporarla al Consejo de ministros, y no porque nadie dude de la valía de doña Celia, sino porque se le teme tanto como se le quiere, y su casticismo produce cierto pavor en las almas comedidas del PP, que no son pocas. En tiempos de Navidad, hemos encontrado Posada en el camino de los nombramientos, y menos lobos para la polémica.