Nunca se ha oído desde un púlpito católico un sermón sobre educación sexual. Ningún sacerdote se ha dirigido a los fieles para hablar de prevención de embarazos no deseados, prácticas sexuales, beneficios de los métodos anticonceptivos o de las cargas económicas que supone tener un hijo. Causa desconcierto, por tanto, que los obispos arremetan contra las mujeres --tanto adolescentes como adultas-- que deciden abortar. La Conferencia Episcopal dice que una menor de 16 años no tiene la conciencia moral necesaria para saber qué hacer con un embrión en su seno. Pero, según la Iglesia, esa menor sí que tiene conciencia para criar a un hijo con todas las obligaciones que conlleva la maternidad. A una adolescente que apenas acaba de jugar con muñecas, sin terminar sus estudios, sin formación, pensando en novios y cantantes, en época de descubrimiento sexual y emocional, y tal vez sin pareja estable, ya le endosan una responsabilidad que buena parte de los adultos rehúsan, y con todo el derecho. Los obispos no tienen conciencia para entender qué es la adolescencia. No les importa si la menor está preparada para educar a un hijo. Lo que les importa es que traiga hijos al mundo. Los miembros de la Conferencia Episcopal deberían ponerse en manos de educadores sociales, psicólogos y sexólogos, como lo hacen la mayoría de padres cuando la responsabilidad de la paternidad les supera. Así, la falta de formación en las madres adolescentes, en lugar de erradicar un problema provoca una legión de ovejas descarriadas. La hipocresía de los que se oponen al aborto es sobrenatural, ¿Acaso las madres adolescentes que decidan parir serán acogidas por la Iglesia y podrán continuar sus estudios?

Antonio Cánaves Martín **

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