La política aporta innúmeras enseñanzas lingüísticas. Siempre ha sabido el lenguaje esconder o suavizar las verdades incómodas, feas o malas, pero lo de los padres de las patrias es una auténtica cueva de Alí Babá. Aún recuerdo a Pérez Llorca, ministro de Exteriores durante el conflicto de las Malvinas, explicando que se trataba de una «dinámica bélica», poco antes de que se hundieran para siempre el Sheffield y el Belgrano. Aquello era una guerra del copón y el eufemismo no iba a convertirlo en una fiesta en casa de Gatsby, por mucho que entonces se estilara en el Congreso la elegancia parlamentaria y no las coletas cada vez más grasientas, las rastas o el tupé hortera. Y cuando ahora Guindos habla de ajustes y recargos, de racionalizar y de solidaridad, tan solo está diciendo bien clarito que van a subir los impuestos como exige Bruselas.

Como cantaba San Juan Manuel Serrat, al que ya no conocen los niños de la LOMCE «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio», pero igual que en tantas otras ocasiones la forma de retorcer el lenguaje para subvertir la realidad, alcanza unos niveles de desvergüenza que eterniza el escalofrío de los observadores imparciales o impertinentes.

El último descalabro lingüístico es del de posverdad, elegida palabra del año por el Diccionario Oxford, para referirse a la deriva peligrosa que está emprendiendo el mundo después de los últimos éxitos nacional-populistas que han degenerado en el triunfo trumpista. Muy sesudos analistas coinciden en que estamos en el momento de la posverdad y que por eso discursos que no explican las cosas como son, sino como al que habla le gustaría que fueran, han triunfado.

Medio mundo contempla conmocionado la situación a que le ha llevado el otro medio más alguno más y se siente tentado de gritar: «pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa». Tal vez arreglaría algo llamar a las cosas lo que son. Al menos nos reconoceríamos. Porque no vivimos el momento de la posverdad, sino el de la mentira, la patraña, la bola, el bulo, la trola y la calumnia.