La intervención ante el Consejo de Seguridad de Colin Powell defraudó las expectativas de que ofreciera por fin pruebas concluyentes sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, aunque tampoco atajó las sospechas de que Sadam Husein utiliza la ocultación para incumplir las obligaciones de desarme impuestas por la ONU.

Aunque la carga de la prueba recae inequívocamente sobre el régimen iraquí, según establece la resolución 1441 del consejo, no es menos cierto que el recurso de la guerra preventiva resulta desproporcionado para la amenaza realmente existente. Por eso la opinión europea discrepa de sus propios gobiernos en los casos en que éstos se alinean con George Bush y se pronuncia en contra del dictador iraquí y en contra de la guerra. El dilema de uno u otra es falso y maniqueo.

Si existe un consenso para acabar con Sadam, con mayor razón debería fraguarse otro para que el objetivo de derrocarle no sea un pretexto con el cual EEUU eluda la legalidad internacional y mate impunemente a muchos civiles inocentes iraquís. El fracaso de Powell frente a la mayoría internacional escéptica reafirma la convicción de que esta crisis debe quedar en manos de la ONU.