WLw os extremeños saben por experiencia que los periodos precongresuales del PP siempre son polémicos, con denuncias cruzadas entre los candidatos, amenazas de impugnaciones, apelación a los tribunales de justicia, etc. Un espectáculo tan poco edificante que no es de extrañar que los votantes castiguen a los populares, que no parecen aprender que la imagen de desunión se traduce directamente en desconfianza, que es la enfermedad más grave que pueda sufrir un partido.

El periodo precongresual que está viviendo el PP, y que desembocará el 8 de noviembre en el relevo de Carlos Floriano, no ha sido, por desgracia, una excepción: las domiciliaciones masivas de militantes de diversas partes de la región en viviendas de representantes del partido en Mérida, presumiblemente para contrarrestar la hegemonía del candidato Acedo en la capital autonómica, es un suceso lo suficientemente grave como para que la comisión organizadora del congreso hubiera tomado cartas y hubiera paralizado el proceso hasta asegurarse de su limpieza. No lo ha hecho. A cambio, ha dado largas y ha mandado el asunto a que lo solucione el partido en Madrid. Al menos, no ha caído en el despropósito de quienes, ofendiendo a la inteligencia, han relacionado estas domiciliaciones con la situación que sufren militantes del PP en el País Vasco, que se juegan la piel y que, por ello, se ven obligados a ocultar sus domicilios. No saber distinguir lo que es vivir en la semiclandestinidad por defender tus ideas de lo que tiene los visos de ser la burda alteración de un censo es una frivolidad que alcanza la falta de respeto.

Con todo, el gran problema del PP extremeño no es que pasen estas cosas, a pesar de ser un asunto ya de por sí grave, sino que nadie con responsabilidad orgánica parece estar dispuesto a defender lo que es un pilar imprescindible en un sistema democrático, y por tanto en cualquier partido que se reclame como tal, que es respetar y hacer respetar las normas. Mirar para otro lado, intentar echar tierra encima, acusar de no se sabe qué intereses a los medios de comunicación que han dado cuenta del asunto, lleva implícito un mensaje que resulta demoledor para cualquier partido, máxime para uno, como el Popular, que está gestionando administraciones públicas: el mensaje de que aquí todo vale, de que lo importante no es el partido y menos las ideas que defiende, sino el poder.

El silencio ominoso de Carlos Floriano, desaparecido en combate cuando debería ser el primer interesado en dejar un partido libre de acciones tramposas; o la despreocupación de José Antonio Monago, como si esta corruptela tampoco fuera con él, cuando es el presidente del partido en cuya provincia los militantes se arraciman en viviendas de ciudades distintas de donde viven y cambian de colegio electoral todos al tiempo... son actitudes que no están a la altura del papel institucional que tiene el PP en Extremadura y que, por esta razón, los ciudadanos, votantes o no, tienen derecho a censurarles. Monago dice que nada tiene que ver personalmente con esas domiciliaciones masivas, pero olvida que desde el momento en que se proclama ganador del proceso de elección de compromisarios y, como tal, de que es el que más posibilidades tiene (quizá las tenga todas) para ser el nuevo presidente regional, debería esforzarse para que con él llegue la paz al PP extremeño y no, como ha ocurrido tantas veces y es el estigma de este partido, que lo que llegue es únicamente la victoria. La victoria de unos sobre otros. La semilla del cisma.