Los gurús estadounidenses del management recetan una fórmula de probada eficacia, contra los fracasos que jalonan incluso la trayectoria de los mejores empresarios, «limita tus pérdidas y no mires atrás». Ante la voluminosa condena del Tribunal Supremo a la trama Gürtel, la reacción más inteligente de los populares consistiría en aplicarse la citada cataplasma. Es decir, en refugiarse en la distancia cronológica de robos producidos hace más de una década y desligados por tanto del comportamiento actual de la formación, además de romper lazos con los últimos vestigios de aquella época delictiva, sin exceptuar al estridente Aznar.

Por supuesto, los estrategas de la derecha han descartado las consignas de moderación y entierro en el olvido. Los populares patrimonializan el mayor escándalo de corrupción de la democracia como un triunfo sin precedentes. Se entregan al desenfreno reivindicativo que condujo a sus dirigentes y asociados a una espiral de «corrupción», con una densidad delictiva que en algunos folios sorprende a los propios magistrados.

El PP quiere más Gürtel, su particular 2-8 en Champions. En efecto, la calidad de la institución juzgadora afecta a la magnitud del desenlace.

La segunda sentencia no solo es más grave por la subordinación jerárquica de la Audiencia Nacional al Supremo, sino también por el control que la derecha presume de un Tribunal condenador que no es inapelable por infalible, sino infalible por inapelable. En las obras completas de los populares consta el delirio de que tenían a la cúpula de la justicia a su disposición, por eso bloquean el Consejo General. Ni el conservador más acentuado albergaba la mínima duda sobre la corrupción desplegada por su partido alrededor de Francisco Correa, pero de ahí a castigarla media un largo trecho, obstruido por la certeza de una benevolencia judicial que ha traicionado el fallo demoledor.

Durante sus años de encubridor de la realidad de su partido, Rajoy insistía menos en la inocencia de sus correligionarios que en la relativa frecuencia de los archivos o absoluciones que en su opinión prodigaban los tribunales. Viniendo de un presidente del Gobierno, la constatación estadística se teñía de un tono conminatorio. Los jueces sabían lo que tenían que hacer, de ahí la estupefacción de los populares cuando el tribunal de la Audiencia Nacional se revuelve mediado el juicio y cita al líder del PP como testigo en la sesión 101 del proceso.

Por primera vez en la historia, un presidente del Gobierno en ejercicio se sentaba en un pupitre penal como testigo, una metáfora de su destino si no se encontrara purpurado por la segunda magistratura estatal.

Felipe González ya estaba jubilado cuando fue convocado por el Supremo en los Gal, porque PP y PSOE comparten el punto G. Por si la afrenta a Rajoy pecara de insuficiente, el veredicto de la Audiencia efectuaba una consideración sobre la escasa fiabilidad de su testimonio, otro lance en que La Moncloa cobijaba a su inquilino frente a las responsabilidades anejas a su deficiente credibilidad.

El PP se desentendió del contenido de una primera sentencia que debió inquietarle y que, incluso después de la moción de censura perdida, despachó como un manojo de infundios a cargo de un tribunal trufado de castristas. Los populares habrán examinado al detalle la pureza de sangre de los jueces del Supremo, para encontrarse sin una mísera jueza catalana que llevarse a la boca, con objeto de calificar a continuación el descalabro judicial de maniobra secesionista.

La homogeneidad se trasladaba a la identificación radical con el PP de la treintena de condenados, pata negra. Aquí no consta el comunista de las tarjetas black, que brindaba la coartada de un banquillo policromado. La probidad de la alianza criminal a la hora de seleccionar a sus efectivos, sin un solo infiltrado ni espontáneo, debió esgrimirse como atenuante ante los tribunales.

Mientras los ciudadanos confirmaban una vez más que el PP es un partido de mantenimiento caro, la formación culpable transformaba la debacle penal en una pretenciosa victoria. Las condenas de más de trescientos años de cárcel a personajes cuyo único ‘nexo’ según el Supremo es el partido de derechas, sirven de catapulta contra PSOE y Podemos. Si no constara la inocencia angélica de los populares, se acabaría pensando que la trama investigada inicialmente por Baltasar Garzón guarda alguna relación con el PP, de nuevo fue más fácil condenar al instructor aventurado que al culpable a gran escala. Aquel partido político insaciable batalla hoy por confirmar que no ha perdido el ansia de Gürtel y que quiere más, aunque tal vez solo como homenaje a la hegemonía perdida.

*Periodista