TSti Berlusconi no fuera un político, a la mayoría de los ciudadanos sus líos de faldas, sus prácticas amatorias nos traerían al pairo, salvo que utilice como parece a menores para dar satisfacción a sus más bajos instintos sexuales. El problema, el grave problema, es que se trata del primer ministro de un país europeo. Un país rico, con una larga tradición artística, intelectual, filosófica, democrática, que parece estar paralizado por el estupor y la vergüenza de tener como máximo representante a un viejo verde, un ser sin escrúpulos, que no tiene más mérito que estar forrado y ser uno de los empresarios más ricos de Italia.

Es impensable que lo que está ocurriendo en el país vecino pudiera ocurrir en cualquier otro país de la Unión Europea, donde la corrupción y los excesos sexuales protagonizados por los representantes del pueblo se pagan caros, unas veces con la cárcel, la mayoría con el repudio general. Pero siendo así las cosas, ¿cómo es posible que los italianos le sigan votando, sigan apoyándole en esta espiral hacia el descrédito más absoluto? ¿Cómo es posible que las mujeres apoyen a un individuo que las utiliza como si fueran pañuelos de usar y tirar?

Incomprensible, salvo que el desencanto haya llegado al extremo de obviar lo evidente, de taparse la nariz, de ignorar lo que es un clamor. ¿Y el Vaticano, tan sensible con todo lo que tiene que ver con el sexo, con los pecados de cintura para abajo, con la falta de valores morales, qué hace el Vaticano que no utiliza sus púlpitos para denunciar a un personaje de la catadura moral de Berlusconi?

Por supuesto que ha habido declaraciones en su contra, que las seguirá habiendo por parte de la Iglesia, pero no lo suficientemente duras como para poner en entredicho a un electorado que se ha echado en brazos de un personaje de sainete. Hay denuncias continuadas por parte de la prensa más progresista, esa que no come de la mano del rico empresario, pero que por lo que parece no tiene la suficiente fuerza como para convencer a la gente de que tiene la obligación moral y política de mandar a su casa a un primer ministro que representa todo aquello que no quisieran para sus hijos, pero que amenaza con convertirse en una marea que lo invade todo.

Urge que los italianos pongan remedio a tantos desmanes, no vaya a ser que debido a la crisis, al desencanto, los berlusconi de turno sean el espejo en el que se miren esos miles de jóvenes que no encuentran trabajo, pese a pertenecer a la generación de los más preparados.