En menos de una semana, los ciudadanos británicos han pasado de acudir a las urnas a tener un Gobierno que, sin dilación, ya se ha puesto a trabajar. Y, además, el nuevo Ejecutivo ha sido fruto de intensas negociaciones para alumbrar algo ajeno a la tradición política de aquellas islas como es un Gobierno de coalición, rareza que solo se dio hace ya setenta años a causa de las difíciles circunstancias de la segunda guerra mundial.

Conservadores y liberaldemócratas no son una pareja feliz ni perfecta. Forman más bien un matrimonio de conveniencia obligado a compartir casa por algo tan prosaico como es la suma aritmética de sus diputados después de que ningún partido consiguiera la mayoría absoluta. Muchas son las cuestiones que separan a los dos partidos, pero, por encima de todas las diferencias, el doble objetivo de conseguir la estabilidad política y combatir la crisis se impone a las disparidades. Con un déficit próximo al 12%, no se puede perder el tiempo. Si alguien abrigaba dudas sobre el tradicional pragmatismo británico, la rápida formación de este Gobierno las ha disipado.

Ayer mismo, de la primera reunión del Gabinete, como medida ejemplarizante, salió la congelación del sueldo de los ministros durante cinco años tras una reducción del mismo del 5%, pero las medidas de verdad para atajar el déficit, que deberán ser muy duras, todavía están en estudio, lo mismo que muchos de los puntos sobre los que descansa el programa de la coalición.

Pasado este primer momento de responsabilidad ante los graves desafíos, de sintonía y complicidad entre David Cameron y Nick Clegg, la coalición no tardará mucho en pasar la prueba de su solidez. Los liberaldemócratas, con cuatro carteras en el Gabinete --ninguna clave-- más el puesto de nueva creación de viceprimer ministro para Clegg, han dado un salto enorme, impensable desde el eterno puesto de tercer partido de la política británica, sin apenas influencia, en el que habían vivido durante décadas. Ahora, para dar forma a la coalición, han debido rebajar de forma considerable sus aspiraciones políticas en cuestiones como la reforma electoral, la Unión Europea, inmigración o defensa, y las negociaciones sobre la letra pequeña del acuerdo de coalición todavía no están cerradas. Será una navegación difícil y de resultado incierto. Aun así, pase lo que pase, una nueva era en la política británica acaba de empezar.