Desde hace unos meses experimentamos en Extremadura sensaciones inusitadas en casi treinta años de su historia como Comunidad Autónoma. Todo lo que parecía sólido e inquebrantable comienza ahora a tornarse contradictorio y voladizo. Allí donde veíamos a un líder carismático, altanero y visionario, ahora nos encontramos con personas más sencillas, cercanas, vulnerables, quizás más limitadas. Más conscientes de sus capacidades y posibilidades y por ello, más humanas, hasta el punto de que asumen públicamente errores o equivocaciones, y comparten dilemas y contradicciones. Durante buena parte de ese tiempo, la política extremeña fue cosa de dos, o mejor dicho, de un protagonista indiscutido e indiscutible que era siempre el bueno de la película, el PSOE, y de un antagonista, el PP, cargado de frustraciones y defectos, siempre vencido por la fuerza arrolladora de quienes se presentaban investidos con ropajes redentores y taumatúrgicos. Y en torno a ellos, un número cada vez más limitado de secundarios que representaban el papel de comparsas fagocitables por los dos principales actores --los autoproclamados regionalistas--, o por la nefasta combinación del voto útil con los severos correctivos del sistema electoral, como es el caso de Izquierda Unida y de algún que otro partido minoritario. Y como clave de bóveda, la coartada justificadora de la divisoria entre Izquierdas y Derechas que, aplicada a los dos principales partidos, resultaba más encubridora que descubridora, en la medida en que el cinismo y la demagogia avivaron en muchas personas la llama de la soberbia y la prepotencia, y en que la adulteración de los comportamientos imponía el ritmo de difuminación de las etiquetas.

XEN ESE CONTEXTOx, la política fue dejando de ser --si es que en Extremadura lo fue alguna vez-- el arte de lo posible para convertirse en el dictado de lo inevitable. Se impuso el discurso oficial de que las cosas no podían ser de otra manera, y de que los discrepantes además de ilusos marginales, cargados de aviesas intenciones, ni contribuían ni reconocían el progreso de Extremadura. En lugar de apoyar al único gobierno posible se comportaban como malos extremeños, irresponsables, abonados al principio de cuanto peor, mejor , y empecinados siempre en cuestionar lo que para la mayoría debía ser una incontrastable evidencia: que en Extremadura partiendo de la nada, nos estábamos alejando absolutamente de las miserias. Y esos díscolos disidentes que no hablaban de miserias pero subrayaban las carencias, porque miraban alrededor en lugar de sentirse obnubilados con la evolutiva contemplación de su ombligo, no deberían merecer otra cosa que ostracismo o indiferencia.

Con estos supuestos previos nos enfrentamos en la primavera de 2011 a un proceso electoral que deparó un resultado incierto y un desenlace tan sorprendente que socavó cimientos y certezas, e inauguró una etapa que exigía presupuestos distintos desde los que encarar los retos del futuro, entre ellos, la confección de un nuevo presupuesto de la Comunidad Autónoma de Extremadura para el año 2012. Y en eso estamos, rodeados de perplejidad y ofuscación y en medio de una preocupante apatía social. Pero, cuáles son, y en qué medida cabría valorar, los nuevos presupuestos y actitudes que orientan la confección del presupuesto regional para el año 2012. Por decirlo sucintamente, considero que el actual panorama político extremeño está plagado de potencialidades, pero también de trampas e incertidumbres, y que en este nuevo escenario lo que se necesita básicamente es capacidad, valentía, responsabilidad y decisión. Sin estos valores difícilmente se consolidará esta nueva etapa recién inaugurada. Sin ellos no resulta ni concebible ni deseable la autonomía. Su ausencia desnaturaliza y deja sin sentido la actividad política. Con ellos se dignifica y reivindica una vocación de servicio público tan loable como necesaria. Por eso, quienes ahora se dedican a la política y desempeñan puestos de distinta responsabilidad deberían someterse serenamente a un ejercicio de autoevaluación para calibrar y cultivar esas cualidades, o en su caso, para dedicarse a otros menesteres. Cada uno de estos valores merecería una reflexión amplia y matizada. Por las limitaciones de espacio no podrá ser el caso de este modesto artículo. Sólo diré que quienes los atesoran y desempeñan pueden acertar o equivocarse, cambiar el rumbo de las cosas, o ser absorbidos y eliminados por ellas. Y que los que no son capaces, ni valientes, ni decididos son los que suelen permanecer y prevalecer, entre otras cosas, porque no se equivocan y porque, en lugar de responsabilidad, lo que les exige el sistema es fidelidad, previsibilidad y docilidad- Por cierto, las decisiones de los parlamentarios extremeños de IU me parece que alcanzan dosis más que aceptables de valentía y decisión, y también de capacitación y responsabilidad. Pero, honestamente, no sé si resultarán acertadas, ni si contribuirán a mejorar nuestra realidad o serán expulsados por ella. Lo que sí quiero indicar es que responden a los nuevos presupuestos que considero válidos para elaborar entre otras cosas el nuevo presupuesto que necesita la comunidad.