Bajo la presión de una crisis sin precedentes que amenaza los cimientos bastante erosionados del Estado belga, los principales partidos políticos llegaron a un acuerdo precario para que pueda constituirse un Gobierno presidido por el flamenco Yves Leterme, cuyo partido cristiano-demócrata fue el triunfador de las elecciones del 10 de junio del 2007. La heteróclita coalición incluye también a socialistas y liberales, flamencos y valones, cinco partidos cuyo programa de gobierno incluye solo las cuestiones sociales, económicas y de justicia, dejando de lado o aplazando para mejor ocasión los temas constitucionales e inflamables, lingüísticos y de extensión de los poderes regionales, que alimentan la profunda desconfianza enquistada y enconada en la frontera lingüística de ambas comunidades. La polémica personalidad del nuevo primer ministro, al que los valones colocan ritualmente en la picota; el frágil acuerdo de mínimos y la amenaza de los cristiano-demócratas flamencos de replantear la crisis si el Gobierno no colma sus aspiraciones de aquí a julio próximo sugieren que la experiencia del pentapartido será efímera y decepcionante. Parece infranqueable la fosa abierta entre los partidos flamencos, que reclaman más poderes para Flandes, y las fuerzas valonas, que consideran el actual Estado federal como la última trinchera para defender la continuidad del Estado fundado en 1830. El Gobierno de Leterme está marcado por la interinidad. Hallará graves dificultades para superar las divergencias escamoteadas, pero que sin duda aflorarán a corto plazo, tan pronto como aborde los detalles de la siempre demorada reforma constitucional.