Después del trágico accidente de Barajas, es oportuno reflexionar sobre el actual mundo de la aviación. Hace años solo operaban compañías de bandera con plantillas de un gran nivel profesional, tanto en tierra como en vuelo, que se involucraban en su trabajo y garantizaban un viaje seguro. Esto era posible gracias a los buenos medios de que disponían y al tiempo de las escalas de los aviones, lo que permitía hacer bien el trabajo: una buena estiba del equipaje, una buena revisión del avión y una buena coordinación. Pero todo eso forma parte del pasado. Las compañías de bajo coste, que abarcan una buena porción del pastel aéreo, han roto precios y han obligado a las de bandera a fusionarse entre sí. Ahora hay flotas compuestas por aviones de segunda mano pilotados por tripulaciones de múltiples nacionalidades.

El bajo coste subsiste gracias a escalas reducidas, al ahorro que supone no hacer revisiones entre vuelos y a repostar combustible mientras el pasaje embarca sin la presencia de los bomberos. Todo ello reduce la seguridad.

El bajo coste ha traído la precarización. Los empleados están mal pagados, estresados y desmotivados, y subrogados a empresas que ofrecen unas condiciones laborales cada vez peores. Yo soy un exempleado de Iberia subrogado a otra empresa desde la movilización del verano del 2006 y ahora formo parte de esa precarización. Una precarización que quisimos evitar con aquella movilización que tanto molestó a los ciudadanos. Aquí ya no se valoran ni la calidad ni la seguridad; de lo que se trata es de llegar como sea.

Juan S. Parrado **

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