Dramaturgo

A mi vecino (que conocen de sobra por salir en estas líneas) le han nombrado pregonero de su pueblo (un pueblín zamorano con dos calles y un agente de seguros agrarios) y como piensa que estoy a un paso de la Academia, baja a las tantas con unos folios para que yo se los lea (en alto ) y le corrija o arregle lo que ha escrito.

Reproduzco: "¡Ya está bien de hipócritas muecas de dolor, de espinazos doblado, de gemidos insensibles, de hostias en vinagre! (sic). ¡Ha llegado la hora del desenfreno, de romper los moldes, de salir de casa y tomar las calles (dos, las que hay) porque estamos vivos y ellos, no!". Bebo un trago de tila, me ajusto el batín, suspiro y le digo que si no se ha equivocado de folios "¿Qué te parece?". Me parece que los sesenta y siete vecinos de su pueblo no saben lo que han perdido con el regreso de los carnavales y el regreso de este paisano que marchó a Badajoz. Nunca sabrá mi amiga Consuelo lo muy agradecido que estoy porque no haya fichado nunca a este hombre como pregonero del Carnaval de Badajoz. "Hombre, me parece que tu forma de abordar el Carnaval es más propia de marzo... por lo de los mítines...". Me empuja con su verbo y sigue: "La risa es revolución y el luto mingotesco (lector es del ABC) sólo produce hombres y mujeres incapaces de reivindicar la gratuidad de los libros de texto...". Don Antonio Mingote, hombre tan prudente como genial, debía empezar a analizar el efecto de sus chistes sobre el comportamiento de los pregoneros suscritos a ABC, porque la cosa tiene tela: "El Carnaval es desafuero, carne abierta y discurso postconstitucional... El Carnaval es Marte y sus piedras, y nunca miércoles y sus cenizas...". Le expulsé de mi casa.