Amigos del queso, teneos por afortunados. Nada sin él. Ni en las letras ni en la mesa. Humildes pastores, hitos de la parda geografía. De las verdes montañas. De los infinitos secarrales. De Extremadura, abierta de carnes, siempre al final del camino. ¡Ultreia!, peregrinos todos. Pastores, ganaderos, artesanos y pitanceros de todo color, laya y asiento,… monjes refitoleros de los conventos, caballeros andantes de los caminos todos que llevan a Guadalupe. ¡Ultreia!, pero que no nos falte el queso, Señor, Dios, que no nos falte.

Tengo por el queso devoción, le rezo y cuando lo como se me viene Dios dentro. En las alargadas barras de los bares, en las redondas mesas de los restaurantes, al amor y compaña de las buenas gentes… Queso, que es como decir amigo, navaja, unte, rumbo y pitanza. Queso, que lo eres todo y nada te falta. Queso, amigo, hermano,… ¡tenme de tu diestra! Y que la andadura me sea leve, y que la tierra me sea leve porque a diario me la den contigo.

Porque el queso es la patria viajera. La que cabe en la maleta, en el petate del militar, en el cuero del que se va, en la mochila del que llora la patria, la chica y la grande, que va dejando a su espalda. Porque el queso está hecho de madre y de adiós. De queso están hechas las líneas continuas de la carretera, las estaciones de autobuses y del AVE los proyectos. Extremadura, un queso de ida y vuelta. Con su corteza de sol y manta, y sus adentros de caricia y vino. Dame queso, madre, que me sabe a padre. Porque el queso nos da de comer, se nos acomoda en la panza, se nos duerme en la memoria, y, más aún, nos acuna el alma cuando el alma nos llora. Porque no hay patria en el mundo que no sepa a queso. Legión innúmera de los quesos del orbe, ¿quién os cuenta? ¿De quién son los quesos? ¿Quién les pone nombre, brida y cadena? Esta yegua enamorada no se sujeta a cabezal, porque, en el camino somos libres de querer y de amar, y de llamar amado a quien amamos.

Solo detrás del pan y de su hermano el vino resulta ser el queso el alimento más veces mencionado en la biblia española, sanguínea, estremecedora y sacrosanta del Quijote. Y si lo dice, mil veces dicho, Cervantes, profeta único del único Dios, Dios español,.. ¡vive Dios que será verdad! Queso de las bodas ricas de Camacho, de los anduarriales pobres de los niños yunteros,… queso, cinco letras como cinco lirios amantes. Quesos de España, blancos payoyos de sierra y mares, cabrales de dinamita, majoreros de ultramar, quesucos lebaniegos de los monjes despenseros de Santo Toribio, ¡oh lignum crucis!, ¡alabado sea el queso!… Tronchones cervantinos, tetillas, cameranos,… Idiazábal de humo que mi padre le compraba, al pie del Gorbea, al bueno de Txomin Uríbarri. Ovejas latxas, segureñas, carranzanas, churras, bilbilitanas… y merinas. España herida, trashumante de las cañadas, los cordeles, las cuerdas, las galianas y los cabañiles,… Veredas todas de la carne y la leche, torrentes fecundos que nos viven y nos alientan la sangre alborotada. Honrado Concejo de la Mesta, cañadas reales de los santos sudores, voy llegando a la tierra en calma que me amamanta: Benquerencia, Cabeza del Buey, Capilla, Esparragosa, Higuera, Malpartida, Monterrubio, Peñalsordo, Quintana, el Valle, Zalamea, Zarza-Capilla… y Castuera. Y viene el queso y se me pone de pie. En el morral en que me lo llevé ya solo quedan recuerdos de lo que vivimos juntos. Y me habla de lanas y esquiladores, de majadas y abrevaderos, de esparto y yerbacuajos, de esprimijos y de los surcos que el trabajo levanta sobre la tierra destartalada y fría de los inviernos. Vengan pues al altar del queso, honren a su gente, y, si aún están vivos, coman, cómanse lo suyo y de lo suyo, y, al partir, llévenselo todo, girones de vida, sudor, sangre y parto en las hechuras de ese manjar divino que llaman queso...