A grandes males, grandes remedios es la consigna del momento. Y a la impresión de que los males nos han sobrevenido sin previo aviso, como surgidos de la nada del tiempo, en un instante, también las soluciones funcionan a la misma velocidad: ya están los dineros a disposición de quien los necesita, la banca, gracias a decisiones rapidísimas, a través de trámites parlamentarios de urgencia. Podemos respirar tranquilos: ya ha pasado lo peor, el mundo vuelve a estar en orden, todo es psicología, tanto la percepción del peligro como la sensación de solución.

No es extraño que más de uno empiece a preguntarse si esto ha sido todo, si ya está todo dicho con las propuestas de salvación poniendo a disposición de la banca cantidades ingentes de dinero de los contribuyentes, si basta con pasar del discurso de la socialización de las pérdidas a la salvación del capitalismo, reinventándolo, pasando por la reforma socialdemócrata del mismo. Porque parece que lo más importante de la crisis que hemos vivido, o estamos viviendo aún, es que seamos capaces de volver a tener la sensación de que lo podemos controlar todo, que nada escapa a nuestro control. A esta sensación también contribuye tener definidos los causantes del problema: los banqueros, especialmente si son los estadounidenses, y más especialmente por haber estado apoyados por Bush y por su falta de voluntad regulatoria. Ya está: todo aclarado, podemos dormir tranquilos.

XPERO IGUALx es una buena ocasión para formular algunas preguntas que vayan más allá. Nos podríamos preguntar si la crisis financiera que nos afecta tiene algo que ver con el hecho de que un ciclo histórico llegue a su fin, porque se está despidiendo la generación llamada en EEUU del baby-boom , la generación que nació en la posguerra y que fue joven a lo largo de la década de los 60 del siglo pasado.

Nos podríamos preguntar si lo que ha sucedido en la crisis financiera tiene algo que ver con la transformación, analizada ya hace tiempo, del capitalismo, pasando de ser un capitalismo productivo, con sus correspondientes valores de amor al trabajo --al trabajo bien hecho--, de esfuerzo, de ascética, de ahorro, a ser un capitalismo de consumo con sus valores de gasto, de dispendio, de vivir más allá de las posibilidades, de endeudamiento permanente porque nunca llega la hora de pagar la factura.

Y podríamos preguntar si lo que está sucediendo no tendrá algo que ver con el grito simbólico de la generación de 1968: la imaginación al poder, reclamando la superación de los límites, de las cortapisas, de las normas y regulaciones sociales, sexuales y educativas impuestas por una cultura burguesa timorata y miedosa de sus propios deseos, tendencias y potencialidades. La imaginación al poder, atreverse a hacer realidad lo imposible, no aceptar límites de antemano, creer en la posibilidad de transformar el mundo desde la raíz. Quizá lo que ha sucedido es que la historia ha colmado los deseos de aquella generación, pero haciéndonos trampa, no tal y como esperábamos, sino por medio de una crisis financiera de alcance inimaginable todavía.

Una investigadora española decía hace poco que los científicos pueden colocarse ellos mismos sus límites éticos, sin que venga nadie desde fuera a imponérselos. El padre de la bomba atómica, Oppenheimer , afirmó que con ese desarrollo la ciencia había perdido la inocencia. Parece que la ha recobrado bien pronto. ¿Y si los ingenieros financieros reclaman la misma autonomía ética para regularse? ¿Y si los ingenieros financieros se creyeran tan capaces de formular criterios éticos como los científicos: cada sistema produce su propia lógica, cada sistema es soberano y no necesita comunicar con el exterior?

Parece que ha quedado claro que los ingenieros financieros estaban lejos de ser pequeños dioses con clarividencia premonitoria, y que se han quemado en la hoguera de sus propias vanidades. Pero en su ansia de omnipotencia, ¿no eran la encarnación del sueño prometeico de todos nosotros? ¿Su condena no será la nuestra? De la falta de clarividencia de los ingenieros financieros nos va a salvar la clarividencia de los ingenieros políticos, es la promesa del día. A pesar de cuanto ha sucedido ante las propias narices de los políticos que gobiernan. A pesar de que quizá lo que estamos haciendo es traspasar el sueño de omnipotencia de un sector a otro. A pesar de que los bancos públicos, controlados por los políticos, no han corrido mejor suerte que los estrictamente privados.

Dinero se conjuga con deuda. Deber es poder más de lo que la realidad del momento permite. Es querer ser más de lo que se es y de lo que se puede ser. Lo sucedido es, quizá, un buen símbolo de toda la cultura moderna. Una cultura de la potencia, una cultura del siempre más, una cultura del altius, fortius, citius de los Juegos Olímpicos, más alto, más fuerte, más rápido. Una cultura que habla de inmortalidad posible, de vencer el envejecimiento, de ver el momento de la creación del mundo, de responder a todas las preguntas pendientes. ¿Y si la crisis financiera no es más que un muy pequeño espejo en el que empiezan a romperse nuestros sueños de hombres modernos, autónomos, soberanos, omniscientes, todopoderosos?

*Presidente de la asociación cultural Aldaketa (Cambio para Euskadi).