TAtcaso una de las cosas más preocupantes en el delicado momento político que vive España estribe en el afán de algunos sectores -mediáticos sobre todo, pero con gran repercusión en una parte de la sociedad- por culpar al Gobierno de Zapatero de ocultar pruebas y datos relacionados con la masacre horrible del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Insisten estos sectores en apuntar con el dedo acusador a sectores de las fuerzas de seguridad por haber amañado (piensan ellos) pruebas que quizá hubiesen conducido a una autoría diferente a la islamista, sugiriendo que posiblemente ETA se encuentre en el ojo de este huracán.

Lo dicho: preocupante. Porque cada nueva revelación periodística es presentada por algunos comentaristas como una nueva constatación de la existencia de esa trama. Cualquier fallo policial, cualquier cabo suelto en una instrucción sumarial complicadísima, son prueba, para esos sectores, de la complicidad gubernamental, policial y judicial en aquellos horribles hechos.

¿Cómo reaccionarán esos sectores ante el hecho, que parece evidente, de que en Bombay, mundo que nos es lejano, otra matanza ocurrida el día 11 del mes -como la de las torres gemelas de Nueva York, como la de la estación de Atocha-, con características muy similares, por cierto, a las de nuestro 11-M, ha ocurrido sin que nadie se permita dudar de que es la mano asesina de Al Qaeda o sus terminales fanáticas la que ha puesto las bombas? ¿No es esta una evidencia que corrobora que las investigaciones que señalan al fanatismo islamista en el atentado de Madrid están en lo cierto? Pues hasta ahora algo tan palpable y tan patente sigue sin querer ser percibido por algunos talibanes mediáticos y políticos.

Lo peor que le puede ocurrir a un fabricante de opinión es empeñarse en tirar la piedra más lejos que nadie, especialmente más lejos de la verdad que nadie. Lo más nocivo que pueden hacer un medio informativo es empecinarse en forzar los hechos, deformándolos.

Lamentablemente, lo ocurrido este martes negro en la India vuelve a poner a Al Qaeda a la cabeza de las listas universales de la infamia. Como el 11-S. Como el 11-M. Curiosa coincidencia, pues, la de este 11-J. Porque las cosas son como son, y no como algunos quisieran que fuesen. Lo que, desde luego, no quiere decir que los informadores, analistas y ciudadanos en general deban cesar en sus pesquisas.

Claro que tanta insistencia en sospechar -algunos ni siquiera sospechan: afirman- que el Gobierno de España miente en provecho propio en cuestión tan delicada como los móviles y la autoría del 11-M, y sobre todo el éxito que esas locas sospechas tienen en una parte de la ciudadanía, deberían alertar al Ejecutivo de Zapatero. Algo están haciendo mal en este terreno ministros, responsables del PSOE, fontaneros monclovitas, portavoces oficiales y oficiosos cuando prende la llama de la sospecha. Este Gobierno tiene escasa credibilidad, y algo de culpa debe corresponderle a él, y no toda a la oposición popular, como se empeñan siempre los socialistas. Estoy convencido, y si no lo estuviera ahí está Bombay, de que algunas hipótesis aventadas sobre el 11-M, que no se basan ni en el por otra parte bastante deficiente sumario judicial ni en hecho evidente alguno, son piezas que corroen a la democracia española. Porque corroen muchos principios, desde la legitimidad de las elecciones del 11 de marzo hasta la imagen de las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado, pasando por la independencia y probidad judicial. Y solamente una mayor transparencia, una mayor flexibilidad y generosidad a la hora de gobernar pueden contrarrestar ciertas maniobras que están hallando el éxito y calando en sectores de la opinión.

El daño que algunos predicadores de la verdad subjetiva, subidos al púlpito de sus micrófonos -ya decimos que bendecidos por el éxito popular, sin duda- , pueden causar a la estabilidad del sistema es, en nuestra opinión, enorme. Nada tiene que ver ello ni con la libertad de expresión, ni con el debate democrático, ni con la investigación periodística. Estamos, más bien, ante un nuevo intento -recuérdese aquel llamado ´sindicato del crimen´- de derribar todo un estado de cosas nacido de las urnas, un acoso y derribo que no tiene precisamente las urnas como palanca. Pero, para iluminar a quienes no quieren ver, ahí, ay, está Bombay.

*Periodista