Me enfado cada vez que oigo que los salarios son altos. En las últimas horas he vuelto a oír lo mismo en boca de un alto cargo político. Era un secretario de estado, no recuerdo de qué. Me enfado porque hay muchas personas que trabajan y no llegan a final de mes; me enfado porque le están preparando la cama a millones de trabajadores; me enfado porque cobrar mil euros se ha convertido en un lujo para muchas personas que tienen que pagar, no ya la hipoteca, sino la comida, la luz y el gas, y mantener además a los miembros de sus familias en paro; me enfado porque cuando afirman que los salarios son altos, lo dicen de un tirón, sin mirar su nómina; me enfado porque es una aseveración que no distingue entre quienes trabajan en pequeñas empresas, cuyos propietarios tiran para adelante como pueden, y los que lo hacen en empresas grandes cuyos directivos multiplican varias veces el sueldo del trabajador de base.

Quisiera saber a quién se refieren cuando hablan de salarios altos. A los que la rebaja del sueldo (si es que se lo rebajan) les supone un pequeño mordisco en lo que les sobra o a los que, aunque sea un mínimo porcentaje de reducción, supone una dentellada que les lleva a una angustiosa subsistencia.

Siempre es lo mismo. Lo más fácil es cortar por abajo. Me enfada cuando les oigo. Se dice muy rápido, pero cuando esas afirmaciones cristalizan en hechos, las consecuencias se convierten en una carga que se hace eterna para los que las soportan.

Me enfado y me da miedo. Más reforma laboral. De nuevo serán los mismos los que la sufran, los mismos hombros los que la aguanten.

Quisiera que surgiera alguien, algún brillante economista, algún pensador genial, alguien que ideara un sistema diferente de este que solo consiste en poner cada vez más sacos sobre las espaldas de los mismos.