En la quietud de los días de primavera siempre arremete algún sobresalto. Lo que antes era un valor seguro, maldito eslogan dirán ahora algunos, se convierte después del combate electoral en alguien prescindible y quienes antes querían que hiciera que pasara, ni siquiera imaginaban que luego fuera a ser tan bueno vistos los resultados.

Son curiosos estos tiempos. Pasamos del frío al calor en días, de la euforia a la debacle y de la risa al llanto. Como por arte de magia. Pero sorprende sobremanera lo poco que valemos. Lo fugaz del tiempo, que dirían los poetas, y lo sencillo que es mandar a la hoguera a quien no da la talla que esperamos.

La receta de la que les hablo podría aplicarse a nombres del momento que ustedes y yo imaginamos: Pablo Casado, Nicolás Maduro, Bale y otros jugadores del Real Madrid, Puigdemont, Maroto, la Pantoja y hasta las banderas, que cambian de calle según por donde haya caído la victoria.

Donde antes estaban las del éxito, ahora anida el fracaso. En apenas en un abrir y cerrar de ojos, como la camisa que se destiñe por un mal lavado y pierde de golpe el brillo que la alumbraba.

Tan demoledor como la fachada vacía del partido político que antes ganaba y donde la noche de la debacle no había casi nadie.

Donde sonaban los gritos de campeones y ahora reina el silencio.

Con este listado de ejemplos tan obvios me dispongo a defender la teoría de lo prescindible, tan de moda en esta época, que dudo mucho de que ninguno de nosotros estuviéramos salvados de la quema si nos echan el mal de ojo.

Por eso el reloj corre tan deprisa: aguantaremos poco si la suerte viene cambiada. Tanto o más que quienes se atrevan a decir que somos valores seguros.

El tiempo dirá si también para tirar a la basura.