Autor teatral

Cuando uno se pierde en onanismos mentales, disparatados, no hay nada como abrir los periódicos para comprobar que el mundo sigue, siempre sigue, y jodidamente mal. Este presente del que hablo, el instante, el momento, es lo que nos aferra a la vida, que ya es pasado. La fugacidad del tiempo no la ha inventado ninguna multinacional americana, sino que nace de la misma vida, como nacen las arrugas de tanto o tampoco vivir. Que me estoy poniendo coñazo ya lo sé, pero si ni siquiera puedo permitirme ese lujo, apaga y vámonos.

Mi amigo Carlos Rodilla cumplió años y yo cumplí con mi obligación de comer y beber y mirar al jardín para preguntarme por este paso de días y años, de vida al fin. Pudo haber sido peor, si me cuestiono quién soy, adónde voy y de dónde vengo. Fruslerías. Pues eso, que con el biruji que caía, con la mirada reflexionada de hondura, no me pude contestar, qué era o albergaba mi presente, pero sí salir echando hostias al espejo del cuarto de baño para que él me contestara. No fue tan horrible como algunos puedan pensar, que a pesar de la foto que me identifica ahí arriba, uno gana más en directo.

Y por fin comprendí --filósofo que es uno-- lo que era el presente: una imagen continua, que apenas conoces y que te devuelve el espejo. El instante, la inmediatez era ese rostro que me miraba, entre agilipoyado y expectante, pero que no tenía nada que ver conmigo. ¿Cómo ser yo ese presente, cuando uno tuvo un pasado glorioso? Como resultado de tantos quebraderos por el cumpleaños de Carlitos, al final resulta que soy un pasado, que éramos todos pasados, porque el presente ni se inmuta, ni existe. ¿Cómo apresarlo? Algún espabilado dirá que con una copita y algo de humor, pero el espabilado comprobará que tanto presente necesitaría de las bodegas de Jerez y Sanlúcar para ingresártelo en el alma. Con sudores fríos de desolación por ese presente que se me iba a cada instante, cambié de tiempo verbal y me dediqué al futuro, mucho más inquietante y resbaladizo, pero que te puede dar la posibilidad de soñar. Si el pasado es un tiempo muerto y lleno de culpas, el futuro se abriría ante mí para ofrecerme espectativas que yo mismo me encargaría de fabricar. Y ese maravilloso futuro se hizo berenjenas en vinagre, en jamón de jabugo y en otro más futuro todavía, mansión en el mar.

Si el pasado ya no me toca y el presente se desvanece como una televisión extremeña, el futuro, el porvenir me ofrece un abanico de dicha y de dolor, de risa y llanto, de aventuras que no tendrán fin. Lo peor sería cuando mi futuro no dé más de sí, me convierta en un presente fiambre y en un pasado sin memoria. Pero como me voy a hacer budista, mis reencarnaciones serán de un presente exclusivo.