La política puede llegar a ser una profesión tan dañina como difícil. Dañina, porque en muchas ocasiones no solo no soluciona nuestros problemas sino que los agrava o incluso crea otros. Y difícil, porque gobernar para personas con sensibilidades e intereses tan diferentes es como picar hormigón.

Aun asumiendo la especial dificultad en un tema como Cataluña, Rajoy no podría haberlo hecho peor. Don Mariano, a quien le ha ido tan bien tomando mojitos en las trincheras mientras la oposición hacía turnos para pegarse un tiro en el pie, ha descubierto que la pasividad no funciona en Cataluña. Ya sabe que si uno no toma la iniciativa, tu rival lo hará por ti. Pero ojo: que se haya percatado de su error no quiere decir que vaya a repararlo. Y ahí sigue, pasmado mientras consulta el oráculo.

El referéndum ha dejado numerosas imágenes. La más triste es la de los policías y la Guardia Civil repartiendo leña contra ciudadanos que no deberían haber estado allí. La imagen más triste y la más celebrada por los líderes independentistas, pues al fin y cabo la han buscado con ansiedad. Ya tienen sus fotos, sus estadísticas y sus lamentos. La proporcionalidad que buscaba Rajoy ha resultado desproporcionada.

Las dos Españas vuelven dominar la vida pública. El roto ha empezado por Cataluña, y como nadie lo ha cosido y el independentismo se nutre de la pasividad y de los complejos del Estado, acabará avanzando en cualquier comunidad en la que sus dirigentes consigan convencer a los ciudadanos de que contra España se vive mejor, lo cual es cierto, pero solo a corto plazo.

Don Mariano nos ha vendido que Puidgemont, Junqueras y Rufián están fuera de la ley, pero su única acción al respecto ha sido pedirles que por favor sean buenos chicos. Si ese es todo el coraje y la determinación del presidente del Gobierno, lo mejor es que abandone la política y se tome los mojitos en casa.