La complicada situación que vive Euskadi hace que todo se politice en el peor sentido de la expresión y que se hagan pronunciamientos siempre interesados y pervertidos por la lucha política.

El director del clausurado diario Egunkaria ha acusado a la Guardia Civil de torturarle durante su detención, pero todavía no ha ido al juzgado de guardia a presentar una denuncia formal. Pese a ello, los nacionalistas vascos, desde los radicales a los moderados, incluyendo al consejero de Justicia y a la consejera de Educación, han dado por hecho que las torturas han existido sin siquiera pedir una investigación. Enfrente, el ministro del Interior y el propio presidente del Gobierno se han referido a los periodistas y directivos del diario detenidos como si fueran parte integrante del conglomerado terrorista, sin respetar la presunción de inocencia. Por otro lado, quienes, como Otegi, se apresuran a denunciar las torturas, se niegan a condenar la mayor de ellas, el asesinato, cuando lo comete ETA.

La tortura es una cosa lo suficientemente grave como para que se frivolice en su denuncia o en su investigación. Una sociedad democrática no puede admitir de ningún modo la tortura, como no puede admitir el asesinato.