Este pasado viernes, el Gobierno elevó a Bruselas su plan presupuestario para el 2017. Conjuntamente con los objetivos de estabilidad presupuestaria aprobados hace una semana ofrecen una panorámica interesante de lo que espera Mariano Rajoy. Tres aspectos merecen particular atención.

Primero. Dinámica de los vientos de cola exteriores. Aunque para más allá del 2017 habrá que esperar, el avance del PIB que se espera para el próximo año (2,3%) parece compatible con el práctico mantenimiento de los tipos de interés a 10 años (1,9%). Por lo que se refiere al tipo de cambio dólar/euro y al precio del petróleo, las cotizaciones que parece esperar Luis de Guindos (1,1 dólares/euro y 49 dólares/barril de petróleo) probablemente no vayan a cumplirse, aunque sus potenciales impactos negativos puedan anularse, ya que mientras el petróleo apunta hacia arriba el euro tiende a la baja. Y aunque la factura del crudo pueda subir tanto por un dólar más fuerte como por petróleo más caro, cabe esperar que se compense con la mejora de las exportaciones que debería generar la depreciación del euro.

Segundo. Continuidad en los aumentos de empleo. El Gobierno espera que, en los próximos cuatro años, se puedan generar unos 2 millones de nuevos puestos de trabajo y, para el 2017, su crecimiento se ha establecido en el 2,2% (unos 450.000 nuevos puestos de trabajo), una cifra que parece asequible ahora que Mario Draghi ha despejado el panorama. Estas previsiones se fundamentan, en parte, en la creciente terciarización del empleo. Su peso ha aumentado los últimos nueve años del 65% al 75% de la ocupación, lo que permite esperar la respuesta que preconiza el Gobierno.

De ser así, en el año 2021 aproximadamente, se habrían recuperado los 20 millones de puestos de trabajo previos a la crisis, que sería más corta que la de los años 70 y 80, la única que puede compararse, por extensión temporal y destrucción de empleo, con la que estamos ahora abandonando. Entonces, fueron necesarios 18 años para retornar al empleo de 1973, mientras que ahora parece que con 14 habría suficiente.

No obstante, estas previsiones pueden pecar de optimistas: la construcción no está, ni se la espera; y la recuperación de la ocupación del último año y medio, en gran medida basada en la hostelería, el comercio y los transportes, parece demasiado vinculada a lo que podría ser una burbuja turística.

Tercero. Aumento de la presión fiscal. En el ámbito del PP a menudo se han alzado voces que señalan a Cristóbal Montoro como un socialdemócrata emboscado. No seré yo quien lo discuta. Pero sí creo que el país necesita una elevación de la presión fiscal, tanto por incrementos en los tipos en algunas figuras (y sería deseable en los impuestos directos), la creación de otras y, en particular, por la lucha contra el fraude. Porque si algo brilla en España en presión fiscal es, justamente, su ubicación en la cola de la UE. En el 2016 y en el área del euro, solo Irlanda (27% del PIB) presentaba una menor recaudación que España (37% del PIB), muy lejos del 46% de la media de la eurozona o del 45% de Alemania y, por descontado, muy por debajo del 54% de Finlandia, el 53% de Francia o el 49% de Austria.

En este contexto, hay que celebrar los aumentos de recaudación previstos en el impuesto de sociedades y algunos impuestos especiales (sobre el tabaco y el alcohol), y la creación de nuevas figuras de tributación medioambiental y otros ingresos, como el que se refiere a las bebidas azucaradas.

Además, rebajar los pagos en efectivo hasta los 1.000 euros parece también una medida más que saludable en la lucha contra el fraude. Habría qué preguntarse porqué, en los felices años 2000, ningún gobierno fue capaz de tomar esa sabia decisión. Ya que entonces, y en pleno boom de la construcción, en una España que generaba un 11% del PIB de la eurozona, circulaban en el entorno del 40% de los billetes de 500 euros del total del área del euro.

Tras las rebajas fiscales del pasado año, bienvenida sea esta corrección fiscal del PP. Y aunque no se toca el IRPF ni el tratamiento de las grandes rentas, es evidente que rompe con el elemento cardinal de las tesis liberales: lo que siempre hay que hacer, en primer lugar, es reducir la carga tributaria. Y como, al mismo tiempo, hay que rebajar el déficit, pues ya me dirán. El corolario inevitable es siempre la reducción del gasto. Algo ha cambiado. En lo electoral y también en la dirección de la política fiscal. Bienvenido sea.