Tailandia, Vietnam, Kenia, la India... Cada vez son más habituales estos destinos turísticos entre jóvenes que quieren vivir una experiencia exótica y diferente. Y esta tendencia en auge también afecta a las oenegés de cooperación internacional, que cuando se acerca el periodo estival se ven cada vez más saturadas por currículos de voluntarios dispuestos a ayudar. El problema está en que muchos de estos nuevos voluntarios ni siquiera saben qué tarea quieren desempeñar o qué carencias tiene el país al que desean viajar; se interesan más por cuál será la financiación de los vuelos o su manutención, que por la causa solidaria de la entidad a la que postulan. En numerosas ocasiones son personas que nunca se han interesado en otra causa social y que, una vez finalizan el viaje y comparten las fotos en sus redes sociales, no se implican más. Otras, son personas que no reúnen los requisitos para cooperar en tales acciones internacionales y en cuanto se les ofrece como alternativa participar en otros proyectos locales lo rechazan o simplemente desaparecen. Incluso los hay que viajan directamente al país sin haber hecho ningún trabajo previo de detección de necesidades de la zona, sin valorar si se podrá dar continuidad o no a su actuación o si su colaboración hará más bien o mal a aquella región. Quisiera concienciar a los futuros voluntarios y recordarles que las fundaciones y asociaciones necesitan personal que se implique en la gestión de las mismas, en proyectos locales y en muchas otras tareas no tan visible, pero no por ello menos importantes.