Hagan memoria e intenten recordar qué no hicieron la pasada primavera. Como si de un ejercicio de nostalgia se tratara, rebobinen un poco más en el tiempo y hagan lo posible por buscar en el disco duro de su memoria todo aquello que les hizo feliz cuando, por fin, llegó el buen tiempo y el invierno ya parecía un mal sueño. Los paseos por la playa, las terrazas y la cerveza fría, los días más largos, la luz inundando la vida...

Nací casi en primavera, como mi primera hija. De aquel 8 de marzo pronto hará 48 años. Todas las primaveras pasan cosas y ésta no vendrá huérfana de acontecimientos que formarán parte de nuestra historia reciente. Vine al mundo como hombre, pero siento la necesidad de contarles que no hubiera comprendido como ellas por qué es tan difícil ser mujer en los tiempos que vivimos.

No haré victimismo ni lloraré por los objetivos no conseguidos. Solo sé que el camino de fondo contra las lacras que manchan y vapulean la vida de ellas sigue siendo largo y tantas veces sinuoso, a pesar de tantos avances en otros ámbitos de nuestra existencia.

Cuesta entender que cada 8 de marzo haya que reivindicar lo evidente y necesario. Como si los pasos fueran tan lentos que apenas dejan huella en el andar. Habrá manifestaciones y huelgas, se darán las condiciones para que las mujeres sean escuchadas, pero será complicado entender por qué se repite la misma llamada cuando llega el 8 de marzo. Algo no se está haciendo bien para que sigamos hablando de lo mismo. Piensen en lo que hicieron la pasada primavera cuando miles de personas salieron a la calle reclamando derechos de cajón para ellas. Ya ha pasado un año. Veremos si esta vez el río sigue llenando las calles para demostrar por qué hay corrientes que seguro llegarán al mar alguna día. Tan evidente como que la estación del año más florida ha venido para quedarse.