Se equivocó quien pensaba que Obama era sólo un producto del marketing, un icono prefabricado al objeto de recoger los frutos que la fobia hacia Bush había generado en la sociedad americana. Durante este periodo de vacío de poder, el presidente electo ha dado muestras de saber hacerse con el timón en medio de la tormenta. Dejando atrás el lirismo, ha puesto la primera piedra de lo que será el edificio de la nueva política americana, acosada en estos momentos por la fatalidad de una crisis que golpea en el corazón mismo del sistema capitalista, y que sólo en noviembre ha destruido la friolera de 533.000 puestos de trabajo.

A pesar de haber ganado las elecciones montado en el caballo del cambio y de la regeneración política, y de haber construido de sí mismo un personaje iluminado, mesiánico y rupturista, capaz de acabar con los viejos vicios de la política convencional, a la hora de conformar su equipo de colaboradores no ha hecho ni la más mínima concesión a la improvisación y al esnobismo, y ha preferido rodearse de personas de probada experiencia, configurando un gabinete formado en su mayor parte por antiguos colaboradores de Clinton , entre los que destaca Hillary , a quien ha colocado al frente de la Secretaría de Estado, ha dado continuidad al Robert Gates , que fuera secretario de defensa de Bush, y que deberá ser el encargado de retirar las tropas de Irak, también nombró asesor de la seguridad nacional a un amigo de McCain , demostrando que para sobreponerse a las actuales circunstancias se precisa algo más que un equipo de mediocres cargado de buenas intenciones.

Ha creado un gobierno de adversarios, elegidos al efecto de aprovechar las diferentes capacidades de cada uno de ellos, más que por el temor al fuego amigo, o a la teoría de que a los enemigos cuanto más cerca mejor. Con esta designación demuestra que practica una política deshabitada de prejuicios, e inspirada en la defensa de los intereses generales, donde no tienen cabida ni los recelos ni las desconfianzas, evidenciando que tras ese gesto de manos tendidas se esconde algo más que una escenificación estereotipada, retórica y vacía; tal vez el último intento de aproximación hacia un mestizaje político, capaz de terminar con los tradicionales equipos de monolítica configuración.

Para llegar a esto hace falta una cultura política diferente a la que actualmente existe en nuestro país, superando ese ambiente de mezquina obsesión partidista que utiliza la más mínima debilidad del Estado para tratar de hacer daño a quien en ese momento ostenta las funciones de Gobierno, creando la sensación de que lo único importante es la conquista o la preservación del poder, lo que somete a la acción política a un estado de permanente confrontación en medio de un paisaje de crispación y de tierra quemada.

XESTA FALTAx de generosidad institucional ha calado en las estructuras de esta sociedad hasta terminar radicalizándola, dividiéndola en dos hemisferios de irreconciliable antagonismo, creando un bipartidismo excluyente y enfermizo que ni tan siquiera consensúa los asuntos de Estado como la vertebración territorial, la lucha antiterrorista, la política educativa, o la unanimidad de criterio a la hora de luchar contra la crisis. Aquí se prefiere dejar la llave de la gobernabilidad del país en manos de cualquier minoría extremista o radical, o consentir que el Gobierno pague un alto precio por conseguir que se aprueben los Presupuestos Generales del Estado, antes que hacer la mínima concesión al contrario.

Sin darse cuenta de que los momentos de dificultad son los que miden la catadura moral y la capacidad de liderazgo de los dirigentes, su fuste de estadista, sus intereses a la hora de establecer las prioridades, sus estrategias para elaborar los criterios de selección de los puestos de responsabilidad, procurando que no se basen exclusivamente en el convencionalismo de unas cuotas previamente establecidas, donde prima más la proporcionalidad territorial, partidista, de género y a veces hasta de edad, que la verdadera valía de los candidatos.

Pero lo que en América empieza como un ensayo, pronto adquiere en el resto del mundo el rango de una verdad incuestionable. El mismo Rodríguez Zapatero , al que alguien alguna vez confundió con Obama, parece estar tocado por ese pragmatismo regeneracionista, y no descarta una posible remodelación del Ejecutivo, que adecue la acción política a las actuales circunstancias de esta sociedad. Parece ser que los principales cambios afectarían a las dos vicepresidencias, recayendo la económica sobre Miguel Angel Fernández Ordóñez o sobre Joaquín Almunia, De la Vega cedería su puesto a Rubalcaba, José Blanco se baraja para Industria o Fomento, la cartera de Exterior iría a parar a manos de Javier Solana o de Josep Borell , y Fernando Ledesma o Conde Pumpido se encargarían de Justicia.

Con lo que quedaría un equipo más compacto y más experimentado, capaz de dar un nuevo impulso y de despertar la confianza en unos momentos marcados por el pesimismo, recuperando de ese modo la iniciativa de cara a las próximas elecciones europeas.