Brindo homenaje a doña Soledad Lledó, mi primera maestra, a la que recuerdo como educadora muy especial.

Doña Soledad tenía una peculiar personalidad religiosa, me marcó sentimiento de respeto y agradecimiento hacia todas las personas que dedican su vida a la enseñanza.

No cumplí la promesa que le hice, ella pensaría que un día necesitaría un sillón para descansar. Doña Soledad sabía que yo sería un buen carpintero, y no se confundió.

Llegué a ser campeón de España de carpintería de nuestro país y a participar en las Olimpiadas del trabajo celebradas en Duisbur, la capital más industrial de Alemania.

El gobierno de Franco me premió con la medalla al mérito del trabajo categoría Ibérica A con igual valor en España y Portugal.