Parece ser que estamos de enhorabuena en Extremadura, pues por fin los dos principales partidos políticos pueden ponerse de acuerdo y han sacado adelante el borrador de la Ley de Educación de nuestra autonomía y eso nos convierte en un ejemplo para toda España. A pesar de que el PP se sienta dolido por no haber recibido oficialmente el documento, y al PSOE le haya faltado cierta cortesía al no remitirlo a la Oposición antes de colgarlo en internet, que no creo yo que esta sea una simple cuestión formal, lo importante es que la futura ley --esperemos que no se malogre-- nacerá del consenso y de la generosidad de ambos. Algo que en el resto del Estado deberían imitar. Todavía es pronto para opinar sobre ella, y ya los representantes de los sindicatos y de las asociaciones de padres expresan su optimismo aunque como siempre con polémicas. Pero como madre y como profesora me gustaría, anticipándome incluso a la lectura minuciosa del texto, insistir en algo que tengo muy claro: la ley no conseguirá los objetivos deseados si no se presta la debida atención a los padres. "La educación es de todos y es entre todos". Y es sobre todo, cosa de los padres. Y no sólo para escuchar sus opiniones, atender a su quejas, discutir con ellos sobre el calendario escolar o satisfacer sus justas demandas, sino principalmente para pedir su ayuda, su complicidad y su confianza. Y para prestarles la colaboración y la formación que precisen articulando la necesaria coordinación entre los centros y las familias y fomentando las Escuelas de Padres y Madres.

XME EXPLICAREx: Alisa y Pleberio, los padres de Melibea, siempre me han parecido dos de los personajes más trágicos de la literatura española. Dos ejemplos también de que, en contra de lo que pueda parecer, la educación no ha cambiado tanto en España desde el siglo XV a nuestros días. Aquellos amantísimos padres, acomodados y burgueses que confiados en su fortuna y ocupados en sus menesteres abandonan a su hija entre criadas y alcahuetas, recuerdan a muchos padres de hoy en día, que con toda su buena intención creen que los bienes materiales son suficientes para educar a los hijos e ignoran casi todo de ellos. En esta España todavía opulenta, a pesar de la crisis que se nos viene encima, muchos padres consideran que es bastante tener a sus niños escolarizados y satisfechas todas sus necesidades y también sus caprichos, a veces con enorme esfuerzo y sacrificio quizá porque su padres no pudieron hacer lo mismo con ellos. Confían exclusivamente la educación de los muchachos a los centros de enseñanza sin controlar lo que hacen en sus ratos libres. Exigen en los institutos, protestan --con toda razón seguramente-- si no les llega una beca para libros, híperprotegen a los chicos con una mal entendida solidaridad ante las correcciones de sus maestros, tal vez para compensar su falta de dedicación, mas luego los desatienden, los dejan solos, no hablan con ellos, no saben quiénes son sus compañías, quiénes sus amigos, a qué dedican el tiempo libre. A veces, acomplejados porque consideran que sus vástagos son más instruidos que lo fueron ellos nunca, no saben cómo controlar las horas que pasan ante el ordenador o la televisión y muchas veces, bien por ignorancia, por miedo a perderlos, por comodidad o por huir del conflicto, no quieren imponerse. Otras veces, desorientados, no aciertan tampoco a mantener la poca autoridad que conservan sobre la prole, con cariño, con firmeza, pero sin caer en el autoritarismo o la violencia. Y las últimas y polémicas sentencias judiciales ayudan poco.

Y yo sostengo que esta ignorancia no es inocente porque la principal obligación de los padres son nuestros hijos y sería terrible que nos pasara como a Alisa cuando decía ingenuamente: "que yo sé bien lo que tengo criado en mi guardada hija" y la dulce y desgraciada Melibea tenía ya de doncella sólo el nombre y el futuro trágico la acechaba. No, educar no es fácil y no hay atajos en la educación. No hay recetas milagrosas. Hace falta dedicación, rigor, seriedad, autenticidad y sacrificio. Y sobre todo se educa con el ejemplo. Educar bien es imposible sin esfuerzo constante y atención vigilante. Se precisa formación y muchísimo cariño. No hay educación sin disciplina, sin trabajo, sin motivación y sin criterio. Y nunca se tiene garantizado el éxito. El educando intuye inmediatamente la falta de coherencia, y no admite que se le exija si antes no se le da. Y con toda la razón. Los primeros los padres y las madres, por supuesto. No vayamos luego a lamentar como Pleberio en su trágico y hermosísimo llanto "¡Oh mi hija y mi bien todo! Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honras? ¿Para quién planté árboles? ¿Para quién fabriqué navíos?". Saquemos adelante la nueva ley. Merece la pena. Y hagámoslo con la colaboración de todos. Los primeros, los padres.