Quien le iba a decir a esta pobre criatura, el ornitorrinco, más feo que Picio, que iba a tener tanto protagonismo en nuestros días por la importancia que le otorgan los científicos, que han logrado la decodificación de su genoma. Según dicen quienes lo han logrado, reportará rápidos avances en otras investigaciones biológicas de gran importancia como la temprana evolución de los mamíferos y ayudará a descifrar las claves del Alzheimer, cáncer o sida.

Pero si raro es por fuera, también lo es en su interior. Los científicos han flipado al encontrar en su selección genética una amalgama con un 80% de genes comunes a reptiles, aves y mamíferos, el resto, son genes propios de su especie. Es como una madeja enredada en la evolución, por ello es tan interesante desenredar esa madeja.

¡Qué lástima de animalito!, parece el superviviente de un animal prehistórico. Es como si al Creador se le hubiera acabado el material y hubiera creado su Frankenstein particular con retales de otros muchos y no le hubiera dado tiempo de separar la herencia genética de ave, reptil y mamífero; le puso patas de rana, pico de ave, espolón de gallo, piel como un topo, cola de castor, pelo y glándulas mamarias para amamantar a sus hijos, un espolón venenoso como la serpiente. Se reproduce por huevos. Este pobre se quedaría el último y al llegar a él, ya estaría tan cansado de crear animales que lo dejó así.

Es como si lo hubieran engendrado durante una orgía en el arca, es una reliquia que perdió el tren de la evolución, un esputo de la fauna, una parodia del bestiario de Borges , un héroe inquebrantable que subsiste a pesar del cambio climático y la bomba atómica, un proyecto de todo (pato, castor, topo, lagarto) y una obra acabada de nada, un veterano ancestral, una miscelánea, un puzzle animal. Hasta el nombre tiene raro. El pobre es un adefesio, pero ha saltado a la fama por obra y gracia de un grupo de científicos. Después de 166 millones de años, descubrimos que somos parientes genéticos del ornitorrinco. No somos nadie.