Escritor

La concesión del premio Príncipe de Asturias de la Concordia a Joanne Kathleen Rowling, la autora de Harry Potter, ha levantado cierta polémica no tanto porque no se reconozca el mérito de la escritora al conseguir que miles de niños y mayores de todo el mundo lean las aventuras del joven mago y, por añadidura, que vuelvan, de momento, a la práctica de la lectura (que de ese libro les llevará a otros, del mismo modo que las películas sobre la serie atraerán a nuevos lectores), como porque este premio se venía entregando a particulares o instituciones cuya vinculación con el término "concordia" era mucho mayor. Es verdad que, como dijo el jurado que lo concedió, se le entrega "por las características de su obra, que trasciende el ámbito literario para convertirse en un vínculo de unión entre continentes y generaciones, que promueve la imaginación como fuente de libertad al servicio del bien, y la cooperación y solidaridad entre las personas", pero no es menos cierto que la tarea de la Rowling queda por debajo de las expectativas formuladas en el principio inspirador del galardón que según la institución convocante "será concedido a aquella persona, grupo de trabajo o institución cuya labor haya contribuido de forma ejemplar y relevante a la fraternidad entre los hombres, a la lucha contra la injusticia, la pobreza, la enfermedad o la ignorancia, a la defensa de la libertad, haya abierto nuevos horizontes al conocimiento o se haya destacado en la conservación y protección del patrimonio de la Humanidad". Antecedentes como los de Médicos sin Fronteras, Cáritas Española, la Red Mundial de Reservas de la Biosfera, la Real Academia Española, la Asociación de Academias de la Lengua Española o Adolfo Suárez dan perfecta idea de lo que quiero decir.

Que conste que por lo que a uno le toca, la defensa del fomento de la lectura, estoy muy satisfecho con el reconocimiento pues vuelve a poner sobre la mesa un asunto crucial al que casi nadie da la importancia debida: el estancamiento o, cuando menos, el lento avance del número de lectores y, lo que importa más, de la capacidad lectora de los ciudadanos. Así les luce el pelo a nuestra capacidad crítica y a nuestro entendimiento y análisis de la realidad.

Con todo, detrás de este premio a la escritora británica subyace un problema más profundo que tiene que ver no tanto con las distintas categorías establecidas como con la escalada hacia una mal entendida universalidad que, a mi modo de ver, los Príncipe de Asturias han tomado. Con independencia de que a J. K. Rowling no le hayan dado el de las Letras (una muestra de hipocresía), lo seguro es que éste sólo está reservado ya a escritores candidatos al Nobel. Se ha entrado, así, en una inútil guerra de intereses donde lo que prima es lo publicitario y lo mediático. A uno esa actitud le parece un poco cateta, como de "nuevos ricos". Han puesto el objetivo en esa cosa tan mercantilista de la repercusión. mundial, por supuesto. Es significativo que desde 1998 no lo haya ganado un español y sólo un escritor en castellano, Monterroso. Dudo que de ahora en adelante vuelva ninguno a conseguirlo. El nobelable Vargas Llosa ya lo tiene. Ojalá me equivoque. Por eso, la justa y necesaria iniciativa del presidente Ibarra de solicitarlo, en nombre de Extremadura, para Sánchez Ferlosio puede estar condenada de antemano al fracaso. O no. Visto lo visto, lo que sí creo es que la fundación haría bien en internacionalizar del todo el premio rebautizándolo, of course, como Prince of Asturias.