WEw l artífice de buena parte de las reformas introducidas en el Reino Unido es el escocés Anthony Charles Lynton Blair, el primer ministro laborista de más largo servicio en Gran Bretaña y el líder más joven de este partido político en sus cien años de historia. El otrora carismático premier ha perdido en los últimos tiempos su sempiterna sonrisa y aguarda a que caigan las hojas del calendario para retirarse con cierta dignidad antes de un año. Entonces, afirma, dejará el cargo al actual secretario del Tesoro, el también escocés Gordon Brown y su más enconado rival en las filas del partido. Lejos queda la magia seductora de los primeros tiempos y aquella imagen de honestidad y transparencia, plasmada en un blog donde ofrecía los "tres mejores argumentos" y los "cinco mejores hechos" del Gobierno. Hoy, como le ocurriera a Margaret Thatcher en 1990, sus propios correligionarios le apremian para que deje el camino expedito antes de cumplir su mágico decenio en el poder.

El problema de Tony Blair es que en estos casi diez años de mandato engañó a demasiada gente al mismo tiempo, empezando por los sindicatos, a los que privó de su influencia en la elección de los líderes laboristas. Por lo demás, cambió el rostro del país con la devolución de poderes a Escocia, Gales e Irlanda del Norte, y avanzó las negociaciones con el IRA, iniciadas por el conservador John Major, hasta lograr un irreversible alto el fuego.

Sus críticos más severos sostienen que ha desplegado un talento teatral para la autopromoción y que se ha dejado llevar en exceso por los sondeos y los grupos de opinión. Pero ha sido la participación británica en la guerra de Irak y el fuerte compromiso político con Bush los que han dividido profundamente a la opinión pública y triturado el carisma del primer ministro. Blair, como Margaret Thatcher, cae víctima de sus decisiones individualistas fuera del partido, un fenómeno que se observa a gran escala en el planeta. Puede que a este paso, el gran arsenal de la democracia que siempre ha sido Inglaterra pierda toda conciencia de sí misma y de un pasado que siempre ha vendido a otros países como si fuera su futuro.

Hace más de 60 años, el escritor George Orwell definió a Inglaterra como "una familia controlada por los miembros menos adecuados". Y en la última entrega de su "Anatomy of Britain", Anthony Sampson, biógrafo del Reino Unido durante el último medio siglo, se pregunta entre la inquietud y la perplejidad quién gobernó el país. El círculo mágico conservador se ha evaporado, los nobles han sido apartados de la Cámara de los Lores, la familia real es observada como si en realidad fuera un serial televisivo, los jardines de Buckingham son ahora frecuentados por grupos y cantantes "pop" o futbolistas como David Beckam. En suma, dice el escritor, nadie sigue la vieja máxima imperial de "Nunca pidas nada, nunca rechaces nada".